Tres ejemplos recientes, por lo cercanos, sugieren que el debate público nacional se está comenzando a plagar de un curioso --e inconveniente-- recurso argumental: el de la advertencia o amenaza veladas.
Don Félix Przedborski, el más defendido de los diplomáticos costarricenses, inauguró la racha con un artículo en Foro, el 25 de mayo. Tras quejarse de una supuesta conspiración de desprestigio en su contra, se pregunta: "?Son ellas (los conspiradores) personas deshonestas por haber mantenido relaciones de amistad y hasta nombrado en cargos públicos a individuos... conectados con la mafia...?", y añade: "Espero que esta leve referencia haga meditar a algunas personas. Podríamos referirnos a estos puntos en público en lo futuro."
En un campo pagado, el martes, los representantes de dos firmas estibadoras se defienden así: "Si algo ocurriera en Limón, como hechos históricos no lejanos, NO SERA CULPA NUESTRA sino de QUIENES TIENEN EN SUS MANOS LA DECISION Y SOBRE TODO, DE QUIENES DE MALA FE PRESIONAN AL GOBIERNO CON DATOS ERRADOS." (Enfasis y puntuación originales).
Y en unas declaraciones publicadas el miércoles --y enviadas desde algún lugar en Europa-- el expresidente Luis Alberto Monge afirmó que, si se le nombraba presidente del PLN, saldría públicamente a explicar las razones por las cuales no acepta el puesto.
En una democracia cada cual tiene la libertad de escoger su retórica. Pero resulta indebido que personas y entidades que aseguran tener información, preocupaciones o razones tan contundentes, no las expongan sin ambages al país. Hacerlo sería convertir lo que aparentan ser simples amenazas en un verdadero servicio a la discusión pública.