Chitón

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“Yo creía que en mi barrio”, reflexiona detrás de su copita de ron el viejo maestro alajuelense, “el descanso de la gente no era interrumpido por ruidos molestos, pero un día me enteré de que algunos vecinos se quejaban porque los perros ajenos ladraban toda la noche. Diay, yo me había dado cuenta de que eso pasaba, pero a mí no me daba ni frío ni calor. Más bien, a veces me ponía a soñar que andaba feliz de la vida cazando con una manada de zaguates y, usted sabe, como maestro que fui a mí me gusta la poesía y aquella ladradera me recordaba el horizonte de perros del que nos habló García Lorca. Conoce a Lorca, ¿no?”. Con un cabeceo le indico que sí lo conozco y él continúa: “Si usted me pregunta por qué la bulla de los perros no me molesta puedo decirle una cosa, para mí eso es como oír cantar a mi mama cuando trataba de dormirme. ¿ Y sabe por qué?”. Esta vez respondo con un cabeceo perpendicular al anterior y él sigue su discurso: “Pues hombre, porque mientras yo fui carajillo mi abuela, que vivía con nosotros, siempre tuvo una cría de esos perros que aquí en Alajuela llamábamos de cacería y esos, señor, esos nunca se callan. El telón de fondo de mi vida, el telón de fondo sonoro quiero decir, era un eterno coro de zaguates. ¿Ve?”.








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