Ser empresario implica tomar riesgos. El verdadero empresario es aquel que inicia un negocio sin conocer a ciencia cierta si el resultado será un éxito. Tiene una idea, cree que es buena y guarda la esperanza de que si la lleva a cabo obtendrá una ganancia.
Pero el empresario también sabe que tal vez no le vaya bien y sufra una pérdida, tanto de tiempo como del dinero que invirtió en el negocio.
Según estadísticas de la Universidad de Tennessee, una cuarta parte de los nuevos emprendimientos en Estados Unidos fracasan en el primer año de vida y únicamente la mitad sobreviven tras cuatro años. No conozco las estadísticas para Costa Rica, pero deben ser muy similares.
La mayoría de los fracasos se explican por incapacidad del empresario: poco conocimiento del mercado, planeamiento mal hecho, no saber de finanzas, no saber cómo establecer un precio objetivamente, expandirse muy rápido o vivir más allá de las posibilidades del negocio.
Ser emprendedor no es cosa fácil. Existe la posibilidad de perder mucho dinero, pero la retribución cuando se “pega” un buen negocio suele ser grande. No solo desde el punto de vista monetario, sino también emocional. Pensar que se hizo algo nuevo, diferente y que la gente lo aceptó al comprarlo, genera una gran satisfacción. De ahí la razón por la cual aquellos que poseen un espíritu emprendedor se arriesgan.
Cuando los gobiernos intervienen para ayudar a los empresarios que fracasan, el concepto del empresariado se tergiversa. Quitarle el riesgo al fracaso a un empresario para asegurarle que si le va bien se llevará una gran ganancia, pero si le va mal “papá Estado” lo salvará, es un gran error.
Es hacer el papel del padre sobreprotector, que no le permite al hijo experimentar solo. Lo que está criando es una persona que nunca se atreverá a intentar cosas nuevas, que dependerá siempre de su padre para hacer cualquier cosa. Nunca será independiente.
El proyecto de ley que pretende la readecuación de las deudas de un grupo de empresarios turísticos cae en ese error.
Pasar una ley que concede un beneficio específico a un grupo de empresarios con el fin de salvarlos del fracaso, es una equivocación.
¿Qué va a pasar con la mitad de los emprendedores que tienden a fracasar en los primeros cuatro años? ¿Habrá que pasar una ley para salvarlos a todos ellos también? Sería mucho mejor buscar cómo mejorar las condiciones para asegurar el éxito de los nuevos emprendimientos, y con ello reducir, no eliminar, la probabilidad de riesgo al fracaso.
(*) Luis Mesalles obtuvo su doctorado y maestría de Economía en The Ohio State University y su bachillerato en Economía en la Universidad de Costa Rica. Actualmente, es socio-consultor de Ecoanálisis y gerente de La Yema Dorada. Participa en varias juntas directivas. Anteriormente, fue vicepresidente de la Junta Directiva del Banco Central de Costa Rica, presidente de Academia de Centroamérica, profesor en la Universidad de Costa Rica y en la Universidad Stvdium Generale.