Esta semana, un hecho cruzó, casi inadvertido para nuestro interés y nuestra curiosidad, el firmamento noticioso: el diferendo entre Italia y Austria, originado en la decisión austríaca de detener, con más rigor que antes, el ingreso de refugiados africanos a través de la frontera común. La situación tiene precedentes: se dio en las fronteras de Hungría y de otros países balcánicos en relación con el éxodo procedente de Siria, y no hay que esmerarse demasiado para asimilar a esos casos los que se han presentado varias veces en Asia, África y América Latina. Lamentablemente, cada año aumentan en número y en dimensión las crisis de refugiados.
Cualquier medida que empeore la situación de los millones que huyen de la guerra o el hambre nos repugna, pero eso no nos impide ver cuán irónica es la irritación italiana. Para nadie es un secreto que numerosos países europeos –Italia entre los más entusiastas– participaron en las injustificables acciones militares que propiciaron la desestabilización de Siria y el desmembramiento de Libia, la primera origen y la segunda apertura de vía de las dos mayores corrientes migratorias que actualmente tienen al Viejo Continente de cabeza.
Si entre las fuerzas aéreas que contribuyeron a pulverizar el Estado libio no figuró la suya, Austria parece estar en el derecho de negarse a compartir el costo social y político de lo que, con sus acciones, Italia sí ayudó a provocar. En cambio, parece apropiado que esa solidaridad se les sea solicitada a los países escandinavos pues, en efecto, en algún momento debimos preguntamos por qué razón Dinamarca, Noruega y Suecia, naciones reputadas de ser esencialmente pacifistas, participaron en la agresión al país norafricano en una campaña cuyo resultado terminaría agudizando el éxodo a través del Mediterráneo. No pensaríamos lo mismo, por ejemplo, del Reino Unido, ya que sigue rondando en nuestras mentes el prejuicio que atribuye a los británicos una perfidia que nunca se les endilga a los escandinavos.
En todo caso, aun si Italia se hubiera unido al jolgorio bélico libio motivada por una irresistible reminiscencia imperial, no se justificaría que ignorase la expresión “cuchillo para su propio pescuezo”.