Regresa hoy Su Santidad Juan Pablo II a Managua. Los fieles católicos nicaragüenses anuncian que le harán un especial recibimiento para mitigar en parte el bochornoso comportamiento con que lo ultrajaron hordas sandinistas el 4 de marzo de 1983.
Aquella aciaga tarde, gavillas de activistas del Frente Sandinista pisotearon, escupieron y atropellaron la presencia del máximo dignatario religioso mundial.
Tienen razón los nicaragüenses de estar afligidos todavía de esa infamia promovida por la camarilla marxistoide que en 1979 defraudó a ese país, y al mundo entero, aniquilando las ansias democráticas de un pueblo que había confiado en la revolución antidictatorial. Bienvenido, entonces, un desagravio que permite además reflexionar sobre la Nicaragua de hoy y su historia sin fin de agitación.
El panorama es poco halagador. Producto del saqueo somocista, del asalto sandinista y... desgraciadamente de la confusión chamorrista de los últimos cinco años, la nación se encuentra sumida en la miseria y la incertidumbre.
Regresa el Santo Padre en un año particularmente inquieto. En octubre los nicaragüenses van de nuevo a las urnas. El ambiente de arranque de la campaña ha sido, por lo demás, preocupante: un intento de asesinato contra Arnoldo Alemán, máximo líder opositor, y múltiples atentados sandinistas contra templos católicos. Por cierto: ¡qué cinismo el de Daniel Ortega al poner una pancarta de bienvenida al Sumo Pontífice en Managua!
Regresa el Papa a una tierra a la que le concede particular importancia y a la que encontrará hundida no solo en la miseria económica y social, sino en la política. Ojalá el evento de hoy contribuya a reorientar a los dirigentes por las sendas del bien en favor de un pueblo que merece mejor destino.