Es normal que las redes de información caigan bajo la sospecha de estar minadas por la propaganda política y la publicidad comercial subrepticias. Las razones y los procedimientos que ordenan el despliegue informativo no suelen ser claros y, por ello, debemos someter los mensajes que se nos ofrecen a un régimen de cauta desconfianza. Como sugiere Alessandro Baricco, la diferencia entre leer, y leer entre líneas, es la misma que hay entre deslizarse sobre la superficie del agua y explorar sus profundidades. Tenemos que vivir con eso, pero debería ser distinto con la divulgación científica, sobre todo cuando se refiere a cuestiones de importancia, como son los intentos de los investigadores por hallarles solución a los problemas climáticos y ecológicos; sin embargo, también en este terreno pueden darse trampas propagandísticas y publicitarias desorientadoras.
Tomemos, como ejemplo, el tema del cultivo de algas marinas con fines utilitarios. Ha sido abordado con seriedad en muchas universidades, institutos y centros de investigación en todo el mundo, y en Costa Rica hay estudiosos que han hecho aportes de importancia al perfeccionamiento de esa actividad, muy prometedora en los ámbitos nutricional, medicinal, ambiental e industrial. Como en toda empresa humana, en esta se deben enfrentar problemas culturales –en particular en relación con los hábitos alimentarios tradicionales– y escollos técnicos que, a no dudarlo, serán superados.
Si bien en la divulgación de lo que se hace en este campo no debería haber lugar para la propaganda o la publicidad ni, mucho menos, para la tergiversación, hemos recibido desde el exterior una curiosa información sobre el cultivo de algas destinadas a la alimentación del ganado vacuno, en la que los promotores del proyecto, al destacar las ventajas químicas y gastronómicas de las algas –desde el punto de vista de las vacas, se entiende–, aseguran que su consumo reduce las emisiones de metano en el tracto digestivo de los animales. Lo cual puede ser cierto, pero en el comunicado se introduce una engañosa ilusión al conjeturar que los millones de vacunos del planeta contaminan más con sus emanaciones gaseosas que todos los motores de combustión interna actualmente en funcionamiento.
Se trata de una afirmación que pareciera ignorar, con ligereza, la gravedad de los problemas generados por las emisiones de dióxido de carbono de los motores.