Poco a poco, primero con timidez y después con ritmo creciente, van surgiendo las reservas acerca de los propósitos subyacentes que puedan regir la IV Conferencia Mundial de la Mujer, que se celebrará en Pekín la primera semana de setiembre. Los cuestionamientos, desde la óptica católica, se han hecho más fuertes a raíz de la preconferencia celebrada en Nueva York y por el velo de misterio que parece envolver la posición de la delegación costarricense, feminista a ultranza, a juicio de algunos, más que encaminada a preservar los valores de nuestra sociedad.
Las reservas --una vez más cuando se habla de derechos--hacen referencia, básicamente, a la salud reproductiva por los portillos legales que muy bien pueden abrirse y que pondrían en peligro el derecho a la vida en el caso de los pequeños por nacer. Las corrientes de opinión, dirigidas a que no se pueda impugnar cualquier término que lesione los valores fundamentales de una nación, han encontrado obstáculos en Nueva York, si bien ha prevalecido aparentemente el apuntalamiento, el preservar a la mujer de todas las formas de violencia tan comunes en nuestros días. Pero ?no es inalienable el derecho a la vida de una niña por nacer?
La posición de la delegación costarricense que acudirá a Pekín debe ser uniforme, sin fisuras, consecuente con la postura exteriorizada por la primera dama de la República, doña Josette Altmann, que sintetiza el pensamiento de las mayorías nacionales. El simple hecho de que haya sido escogido Pekín como sede la IV Conferencia, ya genera resquemores pues no es precisamente en China Popular donde más se respetan los derechos irrenunciables de los seres humanos. Existen denuncias muy serias acerca de ejecuciones sumarias para comercializar el trasplante de órganos, con destino a influyentes hombres de negocios de Tailandia y países vecinos.
En todo caso, y al margen de la sede, la posición de la delegación costarricense debe ser transparente y acorde con el sentir nacional.