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Para escapar de un aguacero, invadimos un café de San Pedro. Éramos uno arquitecto, otro economista, el tercero pintor y propietario de una hato de cabras y los demás intentábamos ocultar nuestros fracasos vocacionales. “Les voy a contar la babosada que soñé anoche”, anunció el arquitecto. Seco de cortesías, alguien lo detuvo: “¿Para qué si es una babosada?”. Del silencio que siguió sacó provecho el criador de cabras para dirigirse al economista: “¿Cómo van tus negocios? De los míos, ya podés imaginarte cómo anda el de cebar cabras”. “La verdad es que la línea en la que yo trabajo anda boyante”, respondió el interpelado. “¿A pesar del gobierno?”, dijo el cabrero, y como habíamos convenido en no referirnos a la más reciente encuesta de opinión y evitar temas políticos, lo obligamos a callar pero la respuesta ya venía de camino: “Bueno, no olvidés que mi línea de trabajo consiste en administrar una garrotera”.








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