Termina el año. Cierro los ojos lo más fuerte que puedo para pensar en lo vivido y no logro resumir estos últimos doce meses. Se me agolpan las imágenes sin orden ni concierto y los ojos apretados no me ayudan a aclarar la mente.
Algunas imágenes son personales, fuertes; otras son propias de esta época dura y preñada de peligros que me ha tocado vivir. Unas vienen de largo, como las tragedias de los desaparecidos en México, la efímera primavera en Guatemala, la tragedia de los migrantes sirios en Europa, los atentados de París, los días contaminados de Pekín o el reciente acuerdo global sobre el cambio climático.
Otras vienen más de cerca, de mi país, y entonces recuerdo la esperanza, frustrada, una vez más, de que este año sí podríamos empezar a corregir el rumbo de una sociedad admirable que le enseñó al resto del mundo que es posible vivir sin ejército y que la conservación ambiental puede ser un modo de vida, pero que hoy está cada vez más desgastada y sin fuerzas e imaginación para innovar.
Incluso, se me vienen imágenes de mi entorno personal y cuando me quedo con ellas y solo con ellas descubro un sentido que las une, el del agradecimiento, palabra por cierto emparentada con vivir en estado de gracia.
Pienso en lo que es ser un cubano varado en Paso Canoas; una mujer en Yemen; un campesino indígena en las sierras andinas; un roto en Chile; un turco en Alemania; un ilegal en Oklahoma; un nica en Costa Rica; un sirio en Aleppo; una mujer en el Congo; un niño en las minas de diamante; un garimpeiro en Brasil; la madre de un desaparecido en México; el bebé muerto en una playa del Mediterráneo.
Y pienso también en las socialités que queman cien mil dólares en una noche de juerga; en los Master del universo, poderosos por herencia y no por esfuerzo propio; en los niños soldados, envilecidos por los señores de la guerra. Y pienso también en los jóvenes que abren nuevos horizontes descubriendo tecnologías; en los que crean oportunidades y desarrollan capacidades en barrios marginales; en los que defienden parques y rescatan cuencas. Reflexiono y el rompecabezas no se acomoda.
¡Qué año nos tocó vivir y, en algunos casos, morir! Sé, por experiencia, que el 2016 no será muy diferente y no tiene por qué serlo, pues el mundo no cambia por arte de magia. Eso lo sé... y, sin embargo, se me cuela la esperanza, tenue, de que tampoco estamos condenados a repetir la historia. Que quizá podamos tomar una, ¿dos?, decisiones sabias como sociedad, como humanidad. ¡Qué misteriosa es la esperanza!
Jorge Vargas Cullell es gestor de investigación y colabora como investigador en las áreas de democracia y sistemas políticos. Es Ph.D. en Ciencias Políticas y máster en Resolución alternativa de conflictos por la Universidad de Notre Dame (EE. UU.) y licenciado en Sociología por la Universidad de Costa Rica.