El atolladero en que se encuentra atrapado el presidente norteamericano Donald Trump de alguna manera evoca el trágico enredo que hundió a Richard Nixon hace 45 años.
Fue en la noche del 17 de junio de 1972 cuando cinco individuos se introdujeron en las oficinas centrales del Partido Demócrata con el objeto de interceptar las comunicaciones telefónicas de dicha organización. Los sujetos fueron tan ineptos que, al inicio de sus trabajos, supuestamente subrepticios, los vecinos en el edificio del nuevecito complejo Watergate sospecharon algo extraño y sumaron sus alarmas a las del despacho violado. La Policía no tardó en llegar y encontró a los cinco frustrados rififís con las manos en la masa.
El FBI lideró las investigaciones y halló en la libreta de uno de los cinco intrusos el nombre de E. Howard Hunt, exoficial de la CIA involucrado en un capítulo oscuro más del mandatario Nixon. Poco después, los oficiales encontraron en la cuenta bancaria de otro imputado el depósito de un cheque certificado por $25.000, emitido por el comité para la reelección del presidente.
Estos hechos escuetos fueron la semilla del escándalo que condujo a la renuncia del presidente Nixon en agosto de 1974. A lo largo de esta historia desfilaron toda suerte de figuras políticas, congresistas y, además, los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein del Washington Post que, junto con el personaje misterioso apodado Garganta Profunda, destaparon la torta.
Quienes han analizado esta serie increíble de eventos, atribuyen su causa a Nixon, un presidente emotivamente enfermizo, cuyos complejos lo empujaban a escudriñar rincones y huecos de ratones para encontrar enemigos. Él fue su propio verdugo.
Traemos a cuenta el tema de Watergate porque los escándalos que envuelven al presidente Donald Trump, aunque temprano en su gestión, podrían atizar síntomas nixonianos. Él cree saber todo y sus tuits permanentes comunican no solo sus ocurrencias, sino también sus prejuicios. De personalidad exuberante, con un léxico limitado debido a sus lagunas culturales, está dispuesto a derrotar de cualquier manera a sus adversarios, reales o imaginarios.
Ahora, irónicamente, Estados Unidos, Rusia y muchas otras naciones se enteran de todo por la red. La curiosidad de Trump y de infinidad de personajes alrededor del mundo se sacia en la fuente digital sin necesidad de violar oficinas ni apropiarse de archivos ajenos. Los hackers y no Watergate narrarán la historia política de nuestra era.