Imaginémonos un mundo así: el presidente Trump de los Estados Unidos prohíbe la importación de pelucas de Costa Rica argumentando que los estudios de la CIA detectaron virus ocultos de islamismo entre los pelos, y nos tacha de cómplices de un nuevo eje del mal formado por México (por mandar migrantes drogadictos y violadores), Corea del Norte (obvio) y Suecia (mucho comunismo).
Muchos pensarán que ese escenario febril es imposible y especularán si el columnista de los jueves no se está aficionando demasiado a ciertas yerbas. Sin embargo, piénsenlo desde otro ángulo: ¿Quién apostaría hace solo unos meses que la hipótesis de Donald Trump como presidente del país más poderoso podía tener siquiera un grano de viabilidad? ¿Quién? Entonces, ¡buenos días!, desayúnense que el Sr. Trump, con sus payasadas, insultos, discurso xenófobo y cargado de simplismos, es hoy por hoy un aspirante presidencial en serio.
Cada día que pasa la política de Estados Unidos se latinoamericaniza. Pululan ahí los personajes de circo que creíamos marca registrada al sur del río Bravo. La pregunta, por supuesto, es por qué un tipo como Trump llega a ser un fenómeno político en un país desarrollado. Como siempre, no hay una única respuesta. En parte, es hijo de la derechización extrema del Partido Republicano a lo largo de este siglo: siembra vientos y cosecharás tempestades.
Quiero, sin embargo, enfocarme en el miedo y el resentimiento. El perfil de los votantes de Trump son blancos de clase media y baja, de poca escolaridad, que no solo sienten que su país ha sido invadido por otras culturas sino que han sido los grandes perdedores económicos en una sociedad cada vez más desigual y elitista. Viven un mundo de salarios bajos, desempleo y mala salud. Y, encima, han tenido que soportar a un presidente negro al que muchos creen musulmán.
La desigualdad puede prohijar monstruos, especialmente entre quienes se sienten perdedores y, en consecuencia, dar lugar a respuestas reaccionarias. De repente, aparece un tipo que les habla de sus miedos, prejuicios y rencores y, claro, se sienten representados. ¿Le alcanzará ese resentimiento a Trump para ser presidente? En principio no, pues en la demografía electoral norteamericana las minorías pesan mucho y este señor las ha insultado. Aunque, confieso, ahora nada hay seguro.
Pensemos ahora la desigualdad y el resentimiento en clave tica: ambos en alzada aquí e imaginemos si nosotros no estamos cosechando nuestro propio demagogo y si no estamos a la espera de que el conejo salte del sombrero.
Jorge Vargas Cullell es gestor de investigación y colabora como investigador en las áreas de democracia y sistemas políticos. Es Ph.D. en Ciencias Políticas y máster en Resolución alternativa de conflictos por la Universidad de Notre Dame (EE. UU.) y licenciado en Sociología por la Universidad de Costa Rica.