El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, es un gran orador, sobre todo en aquellos temas que lo entusiasman.
Recordemos que sus discursos durante la campaña política del 2008 hicieron historia. Antes de ser investido con la candidatura demócrata ese año, Obama predicó ante multitudes en Europa y África, donde lo consideraban un nuevo oráculo capaz de mover montañas y resucitar a los muertos (políticos, por supuesto).
Hace una semana, volvimos a ver y a escuchar al Obama entusiasta y profético de antaño. La ocasión fue su discurso desde la Casa Blanca para anunciar, de manera solemne, la firma de un histórico acuerdo para reducir drásticamente el programa nuclear de Irán.
Las polémicas entre miembros del Ejecutivo y del Congreso, y la intensa participación de los “think-tanks”, dejaron establecido que lo ya suscrito con Irán es en realidad el temario para el acuerdo final que deberá estar concluido a finales de junio.
Ahora, presionados por el reloj y recluidos en un lujoso hotel en Lausana, los cancilleres y enviados de las cinco potencias permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania negocian con Irán el acuerdo final, creíble y verificable.
¿Por qué la apertura de Irán? Las sanciones económicas mantienen desnutridos los anaqueles de mercados y farmacias y, sobre todo, los bolsillos de los iraníes. La situación es grave y alarma a los clérigos. No en vano, Irán ha insistido en que se levanten las sanciones desde ahora. Pero, como Obama señaló en su discurso, el proceso arrancará una vez firmado el acuerdo. Entre tanto, el anuncio de la Casa Blanca y el revuelo mundial prosiguen generando dudas y esperanzas.
Un factor que gravita en esta senda es la credibilidad que merece Irán. Y no es para menos. Anidado en la memoria institucional de las potencias, está el descarado incumplimiento de Corea del Norte.
A lo largo de una infinidad de tratos con los norcoreanos, que se fueron concretando a partir de 1985, las decepciones motivaron miles de páginas en los anales del proceso.
Reuniones, inspecciones y pleitos llenan esa cronología que se extiende hasta el día de hoy. Ininterrumpidamente, Corea del Norte ha defraudado a Washington y los organismos especializados, y en cada instancia ha salido airosa.
Burlados quedaron Bill Clinton y George Bush y también Barack Obama. El temor de una cadena similar con Teherán resulta inevitable. ¿Cumplirá Irán?