La imagen del primer ministro, Alexis Tsipras, lo decía todo. Mezcla de impotencia y agotamiento, debe enfrentar la titánica labor de “venderles” a su partido, su parlamento y al pueblo las difíciles condiciones impuestas por el “último” paquete de rescate.
Atrás queda el desafiante y victorioso David de las elecciones de enero, del que aspiraba convertirse en el adalid de los países deudores europeos y del contundente vencedor del referéndum de julio con un 63%.
Por su intransigencia y encendidos discursos, fracasó ante los países deudores y más bien logró su oposición. Pudo más la prevalencia y liderazgo de los países pro austeridad (Alemania, por ejemplo) que la “amenaza” de una salida de Grecia a la unidad monetaria.
La necesidad del cierre temporal de los bancos griegos y el establecer controles para evitar la salida de capitales fue un frío y devastador llamado a la realidad, para Tsipras y el pueblo griego, sobre el limitado margen de maniobra del gobierno.
Al final no quedó otra que negociar un paquete difícil de digerir, y más de ejecutar social y políticamente, a cambio de financiamiento hasta por 86.000 millones de euros, condonación parcial de deuda y fondos para la inversión hasta por 35.000 millones.
Ahora deben aprobar duras reformas, otorgar garantías y aceptar férreos mecanismos de control, dado el nivel de desconfianza en el cumplimiento.
Dentro de las reformas exigidas están el aumento de la tasa y ampliar la base del IVA. En materia de gasto, disminuir los privilegios en el empleo público y el poder de las negociaciones colectivas. En materia de pensiones, eliminar el retiro prematuro y aumentar la edad de jubilación, entre otros.
Si bien no se cuestiona que tales medidas estructurales son necesarias para dar viabilidad y esperanza a un país, cuyo nivel de endeudamiento ronda el 200% de su PIB, lo cierto es que hay importantes dudas sobre la sostenibilidad de lo negociado.
En el pasado, la austeridad ha causado un decrecimiento de la economía, lo que no solo aumenta y agrava la proporción de la deuda, sino que ha derivado en niveles alarmantes de desempleo que rondan el 25%. El euro, además, opera como una camisa de fuerza.
Ya lo ha advertido Christine Lagarde, del FMI, para que las reformas sean sostenibles hay que dar más plazo o condonar más deuda, de lo contrario Grecia no será un problema resuelto. Y esta historia continúa con la dimisión de Tsipras y las próximas elecciones.
(*) Nuria Marín Raventós es licenciada en Derecho por la Universidad de Costa Rica y máster en Artes liberales por Harvard University. Es cofundadora y vicepresidenta del grupo empresarial Álvarez y Marín Corporación.