El que en alguna oportunidad la representación de un pequeño Estado, o un mini-Estado, haya tenido participación destacada en una competencia deportiva de nivel mundial pareciera llevar a algunos minigobernantes a creer que ellos también pueden descollar en las “grandes ligas” de la política internacional y participar sin peligro en los bailes de elefantes al precio de entregar sus países al triste papel de Estados vasallos. Así, las posturas de Nicaragua y Costa Rica en torno a las conflictivas relaciones entre la OTAN y Rusia nos permiten adivinar que los dirigentes –y, a veces, los intelectuales– de ambas naciones experimentan lo que podríamos denominar un agudo “síndrome de la FIFA” cuando intentan, ridículamente, destacarse en el marco de la política planetaria.
Es fácil imaginar a un suizo o a un malayo que, al leer las noticias, se dobla de la risa porque Nicaragua fue la primera en reconocer las independencias de Osetia del Sur y de Abjasia y ahora, como premio, gestiona una alianza militar de opereta con la lejana Rusia. De igual modo, nadie en el mundo podrá entender a cuenta de qué un gobernante de Costa Rica metió su desarmado país en la alianza militar que arrasó Irak, o por qué, cual falderillo de EE. UU., otro hizo que su representante en la Asamblea General de la ONU secundara una moción de condena a Rusia que terminaría básicamente derrotada gracias, entre otras cosas, a la astuta ausencia de Belice, Estado súbdito de la reina de Inglaterra. Y nadie habla de lo incómodo que pudo resultar para el Gobierno de Costa Rica denunciar ante la comunidad internacional la invasión de su isla Calero por parte de Nicaragua, cuando antes apoyó, con obsecuente ligereza, la operación militar que despojó a Serbia de parte de su territorio.
Pese a todo, nos quitamos el sombrero ante la iniciativa de la minúscula República de las Islas Marshall (RIM) de acusar ante la Corte Internacional de Justicia a las potencias nucleares que, al firmar el Tratado Internacional de No Proliferación (TNP), se comprometieron a negociar de buena fe para poner fin a la carrera nuclear y alcanzar un mundo sin ese tipo de armas. Aunque en su territorio fueron detonadas 67 bombas nucleares, la RIM no pide a la Corte compensaciones por los daños que aquellas pruebas demenciales le causaron al hacerla víctima de graves secuelas ambientales y sanitarias: tan solo exige la condena a EE. UU., Rusia, el Reino Unido, Francia y China por haber incumplido el TNP, con lo que han permitido que hoy cuatro Estados más posean armas nucleares. No, los líderes de la RIM no padecen el síndrome de la FIFA.