Una de las grandes luchadoras por la libertad y la civilidad en las políticas de Estado, Simone Veil, falleció el 30 de junio en París. Su influencia en los grandes asuntos políticos y de Estado de Francia era reconocida mundialmente. En su país, las encuestas de opinión reflejaban la importancia de esta estadista, evidente en su elección como presidenta del Parlamento Europeo, la primera mujer en ese cargo.
Sin embargo, fue también milagroso haber sobrevivido en el fatídico campo de Auschwitz, de donde emergió a los diez años de edad. Había nacido en Niza, en el hogar de un arquitecto que fue excluido del ejercicio profesional por las normas antisemitas del régimen pronazi de Vichy. La familia entera fue arrestada por los nazis y despachada a Auschwitz. La madre eventualmente falleció en Bergen Belsen y del padre y su hermano nunca más se volvió a saber. La derrota de Hitler en 1945 marcó el retorno a la vida de quienes quedaban.
Años después, Simone escribió haber caído “en un universo de muerte, humillación y barbarie”, imágenes teñidas de gris por el polvo de los crematorios que no cesaban de devorar a los judíos y otros prisioneros. Pero, en ese punto crucial de su vida, donde muchos pensaron que era más fácil abandonarse, Simone tomó la admirable determinación de rehacer su vida y lo hizo en las aulas universitarias, donde estudió leyes y ahí encontró el amor de toda una vida.
Simone alcanzó fama como jurista en las esferas del Gobierno, y el presidente Valéry Giscard d’Estaing la escogió para su gabinete como ministra de Salud Pública. En ese cargo destacó por haber promovido leyes que ampararon la salud de la mujer, en especial la ley del aborto, que tanta conmoción provocó en Francia, pero que la Asamblea Nacional aprobó holgadamente.
Entre sus muchos logros personales, Veil fue una de las pocas mujeres elegidas para la Academia Francesa, cuyas 40 curules constituyen la máxima autoridad en materia de la lengua nacional. Desde su atalaya, pregonó la causa de la libertad para las víctimas de opresión en las cárceles soviéticas y de todas aquellas de las dictaduras militares en Latinoamérica y el resto del globo.
Por su elevada posición en la vida nacional y su defensa decidida de tesis que ella creyó indispensables para el país, Francia la reconoció con sus mayores honores. Su verbo y su pluma serán extrañados.