Esta semana vino cargadita de política. No lo digo por la convención interna de Liberación Nacional, cuyo recuento de votos sigue al ritmo del puente de “la platina”: algún día terminará. Por el momento, sabemos que el arismo retomó la hegemonía en el partido. Otro día hablaremos de eso. Hay veces que es más importante ver al mundo y no al ombligo, pues ocurren acontecimientos que nos pueden afectar mucho.
En el plano mundial, se reúnen los presidentes Xi de China y Trump de Estados Unidos. Amenaza una guerra comercial entre estos gigantes, un enfrentamiento sobre Corea del Norte y sobre los límites territoriales en el mar del Sur de China. Los resultados de esa reunión son una interrogante. El peor resultado es que se geste una relación hostil: terremotos sacudirían al mundo.
En el plano latinoamericano, el gobierno venezolano, mediante el Tribunal Supremo (bajo su control), quitó al Parlamento sus funciones y a los congresistas, su inmunidad. Fue un golpe de Estado, pergeñado por el presidente Maduro, del que tuvo que recular ante las grietas que generó en la coalición gobernante (la fiscala general denunció ruptura del orden constitucional) y la fulgurante reacción internacional.
En la OEA, 17 países, incluida Costa Rica, dijeron que hubo una grave alteración inconstitucional. Lo de Venezuela es desesperado: una crisis económica y una deriva autoritaria; y desesperante: otra vez oir a Maduro declararse víctima del imperialismo.
Además, este fin de semana se celebró la segunda ronda electoral en Ecuador, que ganó el candidato oficialista Moreno por un pequeño margen. Aunque la “revolución ciudadana” sorteó el reto electoral, este es el final de una era: atrás quedaron los tiempos de la bonanza económica y las mayorías aplastantes del correísmo. Ecuador está polarizado, lo que abre otro frente político en la atribulada América del Sur.
No me da espacio para hablar de Brasil, de la tensión México-Estados Unidos, del atentado terrorista en San Petersburgo. Da vértigo el ritmo de las cosas. ¿Qué implica esta aceleración para nosotros? Difícil hilvanar una única consecuencia. Sin embargo, hay un hecho claro: debemos corregir debilidades ante los efectos desestabilizadores de un clima internacional cada día más complicado; hay que estar mejor parados. La insolvencia de nuestras finanzas públicas, los regímenes de pensiones y la desigualdad conspiran contra esa aspiración.