El calificativo de “robusta”, que en algún sitio se le dio a la diplomacia de la administración Chinchilla, además de conjurar la imagen de una halterófila búlgara en el acto de atiparse con un plato de papas fritas y salchichas de jabalí, pasa por alto una notable inconsistencia.
Recordemos que la administración Arias buscó hacer gala de una fornida diplomacia poniendo todo el peso de Costa Rica en favor de someter a Serbia a una amputación territorial para crear el Estado independiente de Kosovo: de hecho, la mayoría de los costarricenses llegamos a creer que aquella hercúlea posición nuestra en la ONU había contribuido a doblegar a Belgrado más que los vigorosos bombardeos de la OTAN.
Y todo parecía muy correcto, pues, según la lógica de nuestro gobierno de entonces, se trataba, aun cuando con ello se violentase el derecho internacional, de satisfacer las legítimas ansias de autodeterminación de la mayoría albanesa de Kosovo. Que hoy un río de kosovares huya de su república independiente rumbo a Hungría y Alemania, atravesando la tan vituperada Serbia, es tan solo un daño colateral.
De modo que si la diplomacia de la administración Chinchilla hubiera sido de una robustez verdaderamente consistente, habría mantenido, en relación con la voluntad de autodeterminación de la mayoría rusa de Ucrania oriental que hoy lucha por lograr la independencia o la autonomía, la posición de la administración Arias; y no nos habría exhibido como el único protectorado latinoamericano que combatió oficiosamente un movimiento separatista idéntico en todos sus extremos al que nuestro país apoyó en los Balcanes. Por eso, la administración actual debe curarse del síndrome diplomático del protectorado adoptando, cuando menos, una rolliza posición de neutralidad con respecto al conflicto secesionista de Ucrania.
En todo caso, es probable que más allá de nuestras fronteras todo esto no despierte más que carcajadas, tal vez no tan sonoras como las que provocó la administración Pacheco con el chiste de incluir –junto a Tonga, para mayor ludibrio– a Costa Rica, país apreciado por carecer voluntariamente de un ejército, en una deplorable alianza militar que acabaría por despertar al demonio del caos que hoy impera en las tierras levantinas. Desde entonces, no podremos manifestar una recia indignación cuando la prensa europea describa algunos rasgos de nuestra diplomacia como divertidas boutades de una banana republic.