El Dr. Rodolfo Hernández, candidato de la Unidad Socialcristiana, dice haber recibido visitas de altos dirigentes del partido para instarlo a lanzar su candidatura. “Usted es una persona que ha hecho las cosas bien y, si sirve en un campo, ¿por qué no va a servir en otro?”, le dijeron.
Ojalá que no sea ese el principal motivo de la candidatura. Quien sirve en un campo no necesariamente sirve en todos, especialmente cuando las actividades son tan distantes como la medicina y la política. Hay entre los médicos buenos políticos y, para demostrarlo, está el recuerdo del Doctor, cuya importancia queda demostrada por la falta de necesidad de especificar cuál. Eso no hace de la política una actividad fungible con la medicina.
En Ámerica Latina, médicos y abogados han sido una constante de la vida pública. Las razones económicas y sociales son obvias, pero es un error creer indispensables en la política a galenos y juristas.
El único presidente estadounidense jamás matriculado en la carrera de medicina fue el noveno, William Henry Harrison, pero no llegó a graduarse. Eso deja la cuenta en cero en una de las repúblicas más longevas, fructífera contribuyente a las ciencias médicas. Entre tantos médicos estadounidenses que han hecho las cosas bien, ninguno fue llamado a servir en la Casa Blanca.
Por supuesto, hay médicos exitosos en la política. Michelle Bachelet está a punto de barrer en las elecciones chilenas, a Juscelino Kubitschek se le recuerda como padre del Brasil moderno y Georges Clemenceau será siempre el estadista líder de Francia en la Primera Guerra Mundial. Ninguno de esos éxitos se puede atribuir al buen desempeño en la medicina, sino a cualidades propiamente políticas.
La política, pese a su desprestigio, merece respeto y reconocimiento. Es inevitable y, cuando se desarrolla en el marco de la institucionalidad democrática –los tiranos también hacen política–, es instrumento de progreso social y convivencia pacífica. Ninguna loa a la política puede ser transferida, en general, a quienes la practican, pero las falencias de los participantes, o de muchos de ellos, no restan majestad a la actividad en sí misma.
El respeto a la política lo es también a la colectividad gobernada por su medio y exige de los aspirantes a puestos de conducción seriedad y propuestas, no meras respuestas. Pasar el umbral de la participación política sin programa, ayuno de una visión coherente y sin comprensión de los problemas más apremiantes, es irrespetar a la política, en el mejor sentido de la palabra. Para no incurrir en esa falta, vale más abstenerse de presumir el éxito a partir de logros obtenidos en otros campos.