El diputado Manrique Oviedo, del Partido Acción Ciudadana, no se dio por satisfecho con su diatriba antisemita del 13 de setiembre. Ante el repudio generalizado, persistió tres días más tarde y, más bien, profundizó las ofensas. Persistir en la barbarie no es valentía. Cuando mucho, es agenciarse credenciales de bárbaro persistente.
Las diferencias de opinión con el vicepresidente Luis Liberman sobre la reestructuración del Consejo Nacional de Producción y la regulación de los fondos de inversión llevan al diputado a concluir que su contraparte en el debate es un “capo”. La relación no guarda ni asomo de lógica y solo puede ser explicada por la confesión religiosa del vicepresidente y la malsana intención de insultarlo en la más íntima de las fibras.
Oviedo tuvo el cuidado de aclarar que no se refería a cualquier tipo de capo, ni siquiera a los que dirigen el crimen organizado. Su mente fabricó la ofensa para ser mucho peor y profundizar el odioso antisemitismo de sus primeros exabruptos. Se refería a un “kapo”, con “k”, como llamaban las SS nazis a los judíos colaboracionistas, reclutados en los campos de concentración para forzar a sus congéneres al trabajo y conducirlos al exterminio.
Cuando la degradación del espíritu humano alcanza los abismos insondables de los campos de exterminio, es casi imposible establecer distinciones, pero bien podría argumentarse la inferioridad moral de los kapos, incluso frente a la inmoralidad de sus captores.
El kapo golpeaba a los suyos, en ocasiones hasta la muerte, y los forzaba a trabajar para luego despedirlos –hombres, mujeres y niños– a la puerta de los trenes encarrilados al exterminio. A cambio, vestían bien, comían mejor y disfrutaban de buenos albergues. Una vez comprometidos, persistían en la barbarie, no por eso acreedores al título de valientes.
Tales fueron las dimensiones del Holocausto –seis millones de asesinatos– que pocos judíos se salvan de contar a un familiar entre las víctimas. Víctimas son también los sobrevivientes. Sus hijos vieron desde niños las marcas indelebles que un día los sumaron al inventario del nacionalsocialismo.
Imposible imaginar peor insulto para Liberman, cualquier otro judío, o todos los judíos. Ojalá lo entendamos también como un insulto, simple y sencillamente, para la humanidad.
¿Es esa la política que queremos? ¿Una política que refina la ofensa, alimentándola de odio racial, étnico o religioso? Costa Rica está por encima de eso y la mejor prueba la dieron el candidato presidencial, el líder histórico y la jefa de fracción del PAC, unánimes en la condena de la barbarie persistente, anidada en un rincón de su partido, aunque no solo en él.