Infinidad de libros dicen que “el dinero no lo es todo”, que “lo más importante es la felicidad”, que la vida simple, llena de afectos pero justita en materialismo, es lo que vale. Y yo, muy cómodo con esas filosofías, me pregunto: ¿Pero es que el mundo cambia para mejor? ¿Estaremos entrando en una nueva era de más espiritualidad? Si la cantidad de mensajes de ese tipo que atiborran mi computadora fuera indicador de realidades en marcha, un nuevo mundo estaría emergiendo.
Pero no, ilusión que la están peinando. La pura y dura verdad es que, todavía con más fuerza, el mundo real, el que funciona de a “deveras”, me hace saber que, si bien el dinero no lo es todo, es lo más importante. Cuando menos, es un pasaporte para una vida sin las angustias que la mayoría de los mortales padecen: ¿Podré comer mañana? ¿Cómo atender la enfermedad de mamá?
El tema se las trae. Ya en el Siglo de Oro español se decía que: “Poderoso caballero es don Dinero… que da y quita el decoro”. En las últimas décadas, resurgió con fuerza una filosofía utilitaria, tanto en su versión laica, que ensalza el egoísmo como valor positivo, como religiosa, la teología de la prosperidad, que dice que la opulencia es un signo del favor de Dios.
Todos crecimos experimentando esos mensajes cruzados que, pienso, generan en muchos una duda: ¿A quién creer: al mensaje espiritualizante o a las realidades del mundo real? El dinero no lo es todo, sí, pues la alegría no se compra en la botica, pero sin dinero estamos fritos. Entonces, ¿demonizamos o no a las piastras?
Sinceramente, no creo que la cosa sea por ahí. Sé que un billete de mil pesos es mucho más que un papel, pues detrás de él se entrecruzan todo tipo de jerarquías y valores económicos, sociales, políticos y culturales. Sin embargo, también es papel y, como tal, puede circular en una sociedad más inclusiva o en una más excluyente. Eso no depende de él.
En lo que hace al plano individual, el problema es cómo nos relacionamos con el dinero: si se apodera de nuestras voluntades, si se convierte o no en nuestro ídolo. Las preguntas son duras: ¿Qué está uno dispuesto a hacer por ganar el doble? ¿Aceptaría un soborno de un millón de dólares? ¿Devuelvo la billetera llena de plata que encontré tirada?
Las respuestas no son sencillas. Sospecho que muchas familias no hacen el ejercicio y tampoco en las escuelas, y, como resultado, billetera mata a galán.