París sangra. Horror. Recibo un e-mail de un viejo compañero de mi universidad afuera, musulmán, activista palestino por la paz y del diálogo con Israel, sin nacionalidad ni pasaporte a los 60 años y sin resentimientos pese a haber nacido en un miserable campamento de refugiados: “No es en mi nombre, ni en el nombre de ningún musulmán, que se mata a sangre fría a personas inocentes”.
Pienso: el problema de las causas absolutas es que para sus fieles el fin siempre justifica los medios y los seres humanos somos apenas daño colateral, meros instrumentos al servicio del gran principio. Pasan los siglos, cambian las consignas y los discursos, pero queda esa fascinación por la muerte. ¡Cómo cuesta entender que los medios son los que justifican los fines! Un fin de bondad no salva a un método cruel.
Francia ahora ataca, con su arsenal, los bastiones del Estado Islámico (EI) en Siria. Un acto de venganza, moderno como las armas, antiguo como el instinto de la revancha. “Ojo por ojo, diente por diente”, ordenó Hammurabi, autor del primer código legal de la historia hace seis mil años, no muy lejos de donde hoy caen las bombas. “Ojo por ojo y el mundo entero terminará ciego”, agregó Ghandi. Morirán soldados del EI, por supuesto, y ¿cuántos inocentes más?
El acto de barbarie en París es un nuevo episodio de las prolongadas guerras en el Medio Oriente, solo que ahora trasladado al corazón de Occidente. El viernes pasado murieron franceses, españoles y hasta algún chileno, como mueren desde hace años sirios, afganos, judíos y palestinos, casi todos, sin embargo, en total anonimato. El papa Francisco lo puso en un encuadre geopolítico mayor: se incuba, como a pedazos, una tercera guerra mundial.
Agrega mi compañero: “La comunidad por la paz no está haciendo lo suficiente para parar la violencia y la matanza en este mundo. Pido perdón que no hice lo suficiente para prevenir que estos criminales mataran a personas inocentes”. Lo dice quien se ha jugado la vida tantas veces y hasta cárcel conoce.
Lamentar, condenar, sentir compasión son actos de humanidad, pero pasajeros. ¿Qué puede hacerse ante la barbarie? Como individuos supongo que poco, aunque pienso que cultivar una cultura de paz, de cuido y de empatía ayudaría, por ejemplo, a que este país nunca sea terreno fértil para la maldad, a tratarnos con más respeto. Como Estado parte de la comunidad internacional, la voz de Costa Rica se escucha fuerte en los temas de paz y derechos humanos y podría resonar aún más. Si quieres paz, prepárate para la paz.
Jorge Vargas Cullell es gestor de investigación y colabora como investigador en las áreas de democracia y sistemas políticos. Es Ph.D. en Ciencias Políticas y máster en Resolución alternativa de conflictos por la Universidad de Notre Dame (EE. UU.) y licenciado en Sociología por la Universidad de Costa Rica.