Una semana después de la publicación de la última encuesta-terremoto de Unimer, el pánico sigue generando sus propios escombros. Uno de los más notables realineamientos provocados por el meneón es la voluntaria o involuntaria aproximación entre el Partido Liberación Nacional y el Movimiento Libertario, hasta el punto de que ya se habla de la “turequización” del segundo con respecto al primero en el afán de “bajarle la cresta”, a cualquier precio, al Frente Amplio. Por otra parte, es sorprendente que no se vislumbren cambios importantes en los llamados equipos de campaña que resultaron vapuleados, si no ridiculizados, en la primera etapa de lo que hasta el momento había sido un desteñido torneo electoral: ahora es evidente que los supuestamente más avezados de esos equipos tenían los colmillos cariados de manera irremediable, y eso hace muy difícil entender por qué todavía no han recibido una sacudida. Por fracasos menos graves, a los directores técnicos de los equipos deportivos se les despide sin darles ni las gracias.
Un detalle sobre el que algunos comentaristas autorizados han pedido explicaciones o han intentado adelantarlas es la supuesta discrepancia entre los resultados de la encuesta de Unimer y los de la de CID-Gallup, publicados un día antes. Sin duda, no será la última inconsistencia que veamos por ahí, pero es para preguntarse si la diferencia no estuvo menos en los números que en la forma de presentarlos. No deja de ser curioso que las cúpulas de los tres partidos que siguen vivos –PLN, ML y FA– parezcan haber tomado en serio solo la encuesta de Unimer, como si por instinto supieran que “la de mentirijillas no es esta”.
Por lo demás, resulta extraño que incluso analistas de añeja extracción marxista hayan caído en una especie de histérico tremendismo ante la posibilidad de que un partido “socialista” haya tomado la delantera. Se oyen como pollitos gritando que el cielo se está cayendo, y, de acuerdo con ellos, un triunfo electoral de la señora Bachelet en Chile debería enviar la cordillera de los Andes al fondo del Pacífico. ¿No es que, en un régimen democrático, son válidas todas las opciones que se plantean dentro del marco que la Constitución Política permite? ¿Será que los partidos que han venido compartiendo el poder hasta ahora reconocen que han utilizado la Constitución como biombo para disimular ciertas transgresiones y no las tienen todas consigo? O ¿es que prefieren volver a la época en que nuestra democracia era tan sólida que, para participar en ella, los partidos estaban obligados a someterse a algo así como una prueba de ADN ideológico?
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