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Nostalgias

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En dos ocasiones, al llegar uno de mis nietos a los once años, la edad que yo acababa de alcanzar cuando, en 1950, me separé de progenitores y hermanos para ir a estudiar en la enseñanza vocacional y técnica de Cuba –regresaría pasados más de seis años–, la celebración fue para mí motivo de una emoción que pocos, quizás ni los mismos mozalbetes, comprenderían si me empeñara en explicársela. A lo sumo, la podría definir como una experiencia de nostalgia intransferible, o como un extenuante ejercicio de incomunicación. Cosas de viejo, dirían algunos. Con sobrada razón.








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