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No llegamos a mil los ticos que recordamos cuando la abuela ordenaba tirar un “chereveco”, un “chunche” o un “chunchereco”, o bien devolver un “cosiaco” a la vecina o no jugar con una “merolica” muy peligrosa. Esas eran palabras milagrosas que significaban cualquier cosa o fenómeno cuyo nombre pudiera olvidarse. Cuando fui a estudiar a un país hemifrancófono, descubrí que mis cofrades utilizaban un vocablo de idénticas características: era del género femenino, sonaba algo así como “mashanshous” y yo lo interpretaba, para mí, como “máquina-cosa”.








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