No llegamos a mil los ticos que recordamos cuando la abuela ordenaba tirar un “chereveco”, un “chunche” o un “chunchereco”, o bien devolver un “cosiaco” a la vecina o no jugar con una “merolica” muy peligrosa. Esas eran palabras milagrosas que significaban cualquier cosa o fenómeno cuyo nombre pudiera olvidarse. Cuando fui a estudiar a un país hemifrancófono, descubrí que mis cofrades utilizaban un vocablo de idénticas características: era del género femenino, sonaba algo así como “mashanshous” y yo lo interpretaba, para mí, como “máquina-cosa”.
Alguna vez, reflexionando sobre aquella avaricia lexical, concluí en que era el producto de una arraigada pereza tica, una especie de rebelión nuestra contra la conveniencia de darle un nombre a cada concepto. No hacían falta, por ejemplo, las palabras sacapuntas, cafetera, automóvil y guitarra si, para aludir a uno de esos objetos, contábamos con la muletilla chereveco que, en rigor, profetizaba una ecológica reducción en el espesor de los diccionarios.
La misma dureza de sabiola nos explicaría otros casos de simplificación mental adoptados por los ticos. En un pasado no muy lejano, una organización local de extrema derecha clasificaba en el casillero de “comunista” a todo aquel cuyo pensamiento difiriera un ápice de un difuso credo político oficial. Los más sofisticados entre aquellos protoyijadistas consideraban chic el habla anglicada, por lo que usaban el adjetivo commie, tal vez para sonar CIA, y uno de sus hobbies favoritos consistía en presentarse, armados con cámaras fotográficas, en las manifestaciones de los reales o supuestos infieles a la democracia como ellos la entendían, lo cual me hace pensar que fueron los inventores del selfi de masas. En algún apolillado archivo deben de figurar los selfis que nos tomaron a los commies participantes en cierta manifestación de apoyo a don Mario Echandi Jiménez, presidente comunista de la República de Costa Rica, y me satisface pensar que en ellos aparezco bien peinado, pues las fotos fueron tomadas media hora antes de que unos energúmenos demócratas nos ahuyentaran usando enormes bates de béisbol recios y engrasados.
Hoy, tengo la impresión de que, en el ámbito retórico, el lugar que antes ocupaba la palabra comunista ha sido copado por el término populista, de fácil manejo porque permite reciclar los viejos discursos con solo cambiarle a una palabra las letras c, m y n.