Los modelos no son sagrados, escribió hace poco el Nobel de economía Paul Krugman. Sin embargo, agrega, pensar desde ellos es importante, porque obliga a que nuestras concepciones partan de “alguna combinación plausible de acciones e interacciones”.
Como instrumentos, nos ubican en un punto intermedio entre las ideologías paralizantes y el pragmatismo sin rumbo. Ayudan a integrar, analizar y valorar.
Desde este abordaje, es posible identificar dos grandes, aunque no monolíticos, modelos político-económicos en América Latina, y concluir que uno muestra crecientes señales de agotamiento y el otro, de vigor.
Pensemos en dos grupos de países distintos, pero con rasgos comunes. De un lado, Argentina, hasta hace un mes, Bolivia, Brasil, Ecuador y Venezuela; del otro, Chile, Colombia, México, Perú y Uruguay.
A pesar de sus diferencias, los del primero han tendido a una gran intervención –y distorsión– estatal en la economía, rigideces productivas, altos sesgos proteccionistas, dependencia extrema de los productos básicos, gasto público desorientado, mesianismo guberna-mental y, en el extremo venezolano, clientelismo y autoritarismo desbocados.
Resultado: cierto auge cuando sus exportaciones de hidrocarburos, minerales y granos disfrutaron altos precios, pero caída o colapso cuando la fiesta terminó.
El segundo grupo ha apostado por la diversificación productiva, integración a la economía mundial, menor (o nulo) dirigismo estatal, inversiones públicas mejor gestionadas, políticas sociales estratégicas y un mayor respeto a las dinámicas e instituciones de la democracia. Aunque no sean ejemplo de éxito total, han sobrellevado mejor las coyunturas externas, apuntalado su solidez estructural y respetado más las libertades públicas. Su futuro luce mucho mejor.
Los resultados de ambos grupos o modelos imperfectos llevan a una clara conclusión: las “acciones e interacciones” más positivas surgen de la mezcla de dinámico mercado, buen Estado, apertura al mundo, adecuada asignación de recursos, transparencia, desarrollo humano, libertad, democracia funcional e instituciones ágiles y robustas. Aquí está Costa Rica. Casi. Pero debemos superar las trabas tan fáciles de identificar como difíciles de eliminar. Son las que nos mantienen atados.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).