En medio de una grave crisis fiscal, el Gobierno eleva el presupuesto en un 19%. Para rematar, el Presidente exige la plena ejecución del plan de gastos, so pena de destituir al ministro incapaz de lograrla. Al final del ejercicio, deben quedar vacías las arcas, hoy repletas por autorización de una minoría legislativa.
La orden del mandatario transforma la autorización de gastos, entendida correctamente como un límite máximo, en una obligación incorporada a los mínimos deberes del Gabinete. No es que los ministros pueden gastar hasta el límite aprobado, sino que deben hacerlo.
El Gobierno renunció a la imposición de mayores cargas tributarias durante sus dos primeros años. Prometió demostrar, antes de pedir ingresos frescos, su capacidad para gastar con eficiencia. Por lo pronto, lo único seguro es que gastará mucho, sin mayor preocupación por los indicadores macroeconómicos o la evaluación de las calificadoras de riesgo, cuyas conclusiones fueron desautorizadas en un santiamén por dirigentes del partido oficial.
“Pero se mueve”, dijo Galileo, y los efectos de la baja en la calificación se harán sentir en la cuenta de intereses, con mayor fuerza cuando otras agencias sigan a la primera. El comportamiento fiscal del Gobierno no permite mejor augurio. El gasto subirá con el drástico estímulo de la destitución anunciada y la posibilidad de crear nuevos tributos sufrirá una herida de muy mal pronóstico.
Liberación no necesitaba estímulos, razones o coartadas para negarle al gobierno del PAC los ingresos que este último se empeñó en evitarle a la Administración anterior. Las circunstancias transforman lo que habría parecido una revancha en una posición fácilmente defendible.
Los libertarios, siempre opuestos a crear tributos, nunca dejaron de justificar su negativa con el argumento de la dispendiosidad. Si a la política le queda algún grado de coherencia, se opondrán al establecimiento de nuevos impuestos. Los socialcristianos son impredecibles y el oficialismo sabe manejarlos, pero, aun así, les costará trabajo justificar la creación de tributos.
En ausencia de ingresos frescos, la Administración deberá frenar el gasto o ampliar el déficit. Si opta por lo primero, siempre lamentará no haberlo hecho desde ahora con el fin de conservar el capital político necesario para impulsar una reforma tributaria. Si se decide por aumentar el faltante, ¡Dios no agarre confesados!