Llegó la hora que hace pocos meses parecía inconcebible. A mediodía de hoy Donald J. Trump se convertirá en presidente de Estados Unidos. Los daños acumulados desde su campaña y elección son múltiples; entre ellos: polarización nacional, incertidumbre mundial, impulso al populismo, deslegitimación del libre comercio y desconfianza en el liderazgo global de su país. La gran pregunta, ahora, es qué pasará con su dominio del Ejecutivo, en interacción con un Legislativo dominado por el partido que lo llevó al poder.
En circunstancias normales, deberíamos orientarnos por sus convicciones ideológicas y líneas programáticas. Sin embargo, como estas son inexistentes y a menudo contradictorias, hay que volver los ojos hacia un territorio más inescrutable: las actitudes y exabruptos del personaje. Sabemos que son pésimos. ¿Podrán atemperarse?
La respuesta dependerá, en buena medida, de cuán dispuesto o forzado se sienta Trump para realizar un conjunto de transiciones básicas: de sus amenazas y ocurrencias reactivas a planes propositivos; de la intuición arrogante a los hechos y la razón como base de las decisiones; del individualismo y las lealtades personales al equipo y vinculaciones profesionales; del voluntarismo y arbitrariedad a la institucionalidad; de los socios coyunturales a los aliados estructurales, y de una noción transaccional del mundo (todo se confronta o negocia puntualmente) a otra anclada en normas, sistemas y alianzas.
Si es capaz de evolucionar, muchos daños podrán conjurarse y quizá haya algunos aportes positivos; si persiste en su obcecación, vendrá lo peor: un gobierno agresor de lo que su país ha sido y representa.
No podemos esperar una epifanía que haga razonable al bully de sobra conocido. Pero quizá otros factores lo atemperen. Podrían ser la fortaleza de la institucionalidad estadounidense, los sectores razonables del Partido Republicano, una buena oposición demócrata, algunos miembros del gabinete, adecuadas respuestas de los aliados estratégicos, tendencias irreversibles, la terca realidad del mundo. Démosles el beneficio de la duda para, al menos, no sumirnos en la parálisis o el pesimismo total.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).