Mario Balotelli ya sabe dónde está Costa Rica. La prensa uruguaya revisa el ranquin de la pobreza y el antipático Pibe porteño estará buscando un sitio para meter la pistola con que nos aconsejó darnos un tiro. Sir Bobby Charlton, caballero al fin, debe tener un pronóstico respetuoso y reservado.
Si Maradona fuera tico, se habría disparado en el pecho. Como es argentino, se disparó en el pie. Si fuera costarricense, nuestro país sería un poco menos simpático y algo más propenso a disparar la lengua. En el mejor de los escenarios, el astro futbolístico sería más discreto y prudente, merced a la buena crianza.
Los malcriados de la prensa uruguaya ni siquiera se plantearon la hipótesis de ser costarricenses. No les hizo falta para descartarnos, con poco ingenio, como Costa Pobre. La tontería no ofende, como tampoco la confesión de ignorancia del delantero italiano.
Costa Rica está en el mapa, con la pobreza que le queda y el progreso acumulado a lo largo de su historia. Si en algún momento se hubiera rendido, como lo sugirió Maradona, no estaría disfrutando dos resonantes victorias contra excampeones mundiales ni tendría derecho a soñar con derrotar al tercero.
El fútbol debe unir a los pueblos, no separarlos. Por eso es importante señalar que los italianos, en general, no son tan ignorantes como Balotelli, ni los argentinos tan espesos como Maradona. El Uruguay es un país tan parecido al nuestro que sorprende el olvido, por parte de algún cronista, de la pobreza compartida.
En el “grupo de la muerte”, solo Costa Rica tiene la vida asegurada. Tres campeones del mundo, dueños de siete de las diecinueve copas disputadas hasta la fecha, están en espera de los próximos resultados para saber a cuál corresponde compartir nuestra suerte.
La lección no es para Maradona, Balotelli y el escribidor uruguayo. Es para nosotros, los costarricenses. Costa Rica puede cuando se empeña. Lo demuestran sus extraordinarios logros políticos, sociales, económicos y culturales. Nuestro país puede terminar de derrotar a la pobreza, puede hacerse sentir aún más en el mapa de las naciones libres y puede, de paso, conquistar victorias en las justas deportivas y culturales, sin exagerar las propias virtudes ni menospreciar las ajenas.
Pero esos son temas graves y el fútbol es, al fin y al cabo, un juego. Sigamos, por ahora, la fiesta. Nunca faltará la oportunidad de plantearnos cómo aprovechar las virtudes y combatir los defectos para progresar en serio.