Hace poco, en la reunión convocada en una institución académica para discutir asuntos de una entidad de la cual este columnista es fundador, se distribuyeron copias de dos antiguos documentos a cuya redacción contribuimos en su momento. El primero, el Acta Constitutiva de la entidad, apegado a una formula jurídica establecida por ley y confeccionado por un doctor en derecho con quien colaboramos dos profesores de química, fue escrito originalmente en impecable español, pese a las limitaciones que en el campo lingüístico padecemos tanto juristas como químicos. Sin embargo, al leer la copia que nos fue entregada esta vez, quedamos pasmados, y lo mismo nos ocurrió con la del segundo documento. Ambas eran difícilmente legibles, no porque estuvieran borrosas o llenas de manchas de café, sino porque sus textos habían sido modificados de tal modo que ahora nos parecían estar escritos en birmano.
Por una disposición interna de la institución, todos sus documentos oficiales se deben redactar en lo que llaman “lenguaje inclusivo”. Solo que, al parecer, en este caso se recurrió a un robot lingüista para modificar, a troche y moche, aquellos viejos textos oficiales y pasarlos a un sistema de expresión caracterizado por una problemática legibilidad. El que así se hubiera hecho nos tenía sin cuidado, excepto porque ocurrió algo imperdonable: parecía que los redactores originales habíamos consagrado el sustantivo “miembra” –ojo, correctores, léase “miembra”–, atrocidad que nunca habríamos cometido. Recordamos, ipso locus, que una ministra fue abucheada en el Parlamento español por haber utilizado esa palabra, y comenzamos a suponer que en el futuro los textos de medicina deberán contener oraciones como la siguiente: “Todo cuerpo humano tiene dos miembras (piernas) y al menos dos miembros (brazos)”.
En un sentido semejante, tenemos que comentar el error que consiste en utilizar el signo @ (arroba, en nuestro país) para escribir en “lenguaje inclusivo”. Así como no podemos pronunciar los signos del alfabeto georgiano, llevamos años rogando que alguien nos explique cómo se pronuncia el signo @ en, por ejemplo, el rótulo siguiente: “Sala para uso exclusivo de alumn@s y profesor@s”. Mientras nadie lo haga, observaremos la norma de no leer texto alguno en el que aparezca el signo @ (salvo, claro está, si este forma parte de las direcciones del correo electrónico). Dado que esa práctica incorrecta ha sido duramente condenada por la Asociación de Academias de la Lengua Española, nuestro Gobierno debería derogar el decreto de la Administración Pacheco que la autorizó en Costa Rica.