Hay dos tipos de impuestos: los sinceros y los hipócritas.
Sinceros son aquellos claramente establecidos --aunque raramente pagados--, como ventas, renta y territorial: aunque atacan el bolsillo de los ciudadanos, lo hacen de forma transparente y a veces con resultados sociales benéficos, que podemos palpar.
Los hipócritas actúan de forma subrepticia, sin que nadie los haya decretado oficialmente, con alta voracidad y nula justicia. El más conocido es la inflación, verdugo implacable de los asalariados. Pero hay otros todavía más corrosivos porque obligan a toda la sociedad a asumir costos generados por actividades que solo benefician a unos pocos particulares.
Un caso cada vez más grave de esta categoría tiene que ver con el desorden en el estacionamiento de vehículos. Trátese de algunos bares de moda o universidades privadas en los barrios Escalante, California, González Lahmann, Francisco Peralta y Los Yoses, de talleres en los alrededores de la estación al Pacífico y barrio México, de tiendas en la zona de Pavas, o hasta de restaurantes de fin de semana en La Garita; lo cierto es que de manera creciente las vías públicas se han convertido en el estacionamiento privado de negocios comerciales.
De este modo, se usa gratuitamente un bien que todos pagamos (las calles) para beneficio particular. Aquí hay un subsidio camuflado. Peor aún es el costo directo de las aglomeraciones, la lentitud, el ruido, los potenciales accidentes, y el pago de "protección" a particulares que se han adueñado de las calles.
Como ni la Municipalidad ni el MOPT son ya capaces de controlar tal desastre, al menos podrían intentar beneficiarse del desorden. Bastaría con eliminar todas las zonas amarillas, llenar a San José de parquímetros, cobrar una patente a quienes vendan protección y recaudar así de forma sincera los impuestos hipócritas que ahora otros se embolsan.