El fútbol perdió el martes en el estadio Rommel Fernández. No hay duda. Panamá irá al Campeonato Mundial porque la vista engañó al árbitro. Por la misma razón, Estados Unidos se ausentará de la Copa por primera vez en tres décadas y Honduras disputará el repechaje. El resultado ofende todo sentido de la justicia.
Ningún aspecto de la tabla, salvo los puntajes de México y Trinidad, dejó de sufrir una alteración indebida. Costa Rica estaba de antemano clasificada, pero terminó con un punto menos. Honduras estaría preparando el equipaje para Moscú, no para un partido de visita en Australia, donde se jugará la clasificación. En el papel de los catrachos estarían los estadounidenses y, los panameños, tendrían la vista puesta en las eliminatorias para el Mundial del 2022.
No hay sospecha de corrupción. A la FIFA le convenía la participación de Estados Unidos, cuyo enorme mercado todavía ofrece oportunidades de expansión. Esa circunstancia derrota cualquier teoría de la conspiración. Lo sucedido es, única y exclusivamente, una ilusión óptica.
La culpa es de la FIFA, cuya insistencia en ignorar la utilidad de la tecnología daña al deporte más practicado del planeta. En ocasiones, como la del martes, la falla no puede ser atribuida a malas intenciones. En otras, las circunstancias avivan sospechas y los aficionados atribuyen los marcadores a la corrupción. Así sucedió en el Mundial del 2002, cuando España sufrió la anulación de tres goles –tres auténticos robos– para permitir el paso del equipo local, Corea, a la siguiente fase.
El descrédito para la FIFA y el deporte persiste años después de los acontecimientos. Basta digitar la frase “partidos arreglados por la FIFA” en cualquier buscador de Internet para constatarlo. Para peores males, no faltan casos donde el autor se vanagloria de la fechoría, como la mano del endiosado Maradona, o la más discreta pero igualmente antideportiva de Thierry Henry para eliminar a Irlanda del Mundial celebrado en Sudáfrica.
En cada uno de esos casos, también salió derrotada la insistencia de la FIFA en dar la espalda a los avances tecnológicos. Lo sucedido en Panamá podría ser la última gota, a tenor de las declaraciones de Gianni Infantino, presidente de la organización internacional, para quien “llegó la hora” del arbitraje asistido por la tecnología. Si se observa lo ocurrido en otras disciplinas, y los escándalos sufridos por el fútbol, a la FIFA más bien se le hizo tarde.
Armando González es director de La Nación.