“Una violación de la ley por alguien investido de un poder público es mucho más grave que la misma falta cometida por un ciudadano privado”. A nuestro juicio, quien escribió esto lo hizo a la ligera porque no hay que ir tan lejos como a otro país para descubrir la abismal diferencia existente entre los resultados de los juicios incoados contra quienes transgreden la ley desde el ejercicio de altas funciones públicas y los de aquellos procesos seguidos contra los pobres diablos que han cometido delitos mucho menos graves y no pueden pagarse los servicios de abogados listos y laboriosos . De ahí que no nos impresionen esos fiscales o esos ministros que se pavonean exhibiendo estadísticas sobre exiguos éxitos judiciales, muchas veces fortuitos, cuando han sido notoriamente –y sospechosamente– incompetentes u omisos en el manejo de aquellos casos en los que estuvieron –o debieron estar– implicados personajes poderosos de la política. Por supuesto, la liviandad –si no la venalidad– de algunos jueces también podría contar, pero ese es el enanito de otro cuento.
Como cada vez que se señala una debilidad de nuestra sociedad surge algún espíritu dispuesto a argumentar que “de por sí en otros países es peor”, nos adelantaremos a admitir que, igualmente, en el fútbol Irak es peor que Suecia. No obstante, siempre vale la pena echarle un vistazo al tema de la impunidad como aspiración y logro de nuestra clase política, comenzando por dedicar, en calidad de entomólogos artesanales, alguna atención a los mecanismos que tal sector social inventa y perfecciona para acrecentar y eternizar esa impunidad. Se sabe de algunas especies de hormigas que invaden los hormigueros de otras especies para robarles larvas o huevos, y estos, una vez desarrollados en sus nuevos ambientes, pasan a desempeñar funciones iguales o diferentes a aquellas a las cuales habían sido destinados en sus hormigueros originales. Como resultado de este intercambio, los hormigueros de una comarca se integran hasta cierto punto dentro de un megahormiguero protegido de muchas amenazas por una única y gran cobija genética.
En resumen, nuestro modesto aporte a la comprensión del comportamiento de los hormigueros políticos costarricenses consiste en sugerir la siguiente hipótesis de trabajo: las diversas subclases –partidos y minipartidos– que integran la clase política han adoptado el procedimiento de autoprotección que fue inventado por la naturaleza hace millones de años. Es decir, acaban, mediante el intercambio forzado o voluntario de hormigas mercenarias, tapándose con la misma cobija o coraza natural.