Hipatia fue un caso inédito en el desarrollo científico de Grecia y Alejandría. Filósofa, lógica, astrónoma y matemática, pensó, investigó y enseñó como una (casi) igual entre sus unánimes colegas masculinos. Pionera en la ciencia y las costumbres, realizó un aporte inédito al “capital” intelectual y social de su mundo.
Con tales atestados, difícil dar un mejor nombre al sitio web que acaba de lanzar el Programa Estado de la Nación para inventariar y contribuir a articular las capacidades del país y su gente en ciencia, tecnología e innovación. El inventario apunta hacia lo individual: quiénes hacen qué, dónde y con qué recursos. La articulación tiene un carácter social e institucional: la posible creación de redes y, desde ellas, iniciativas más sólidas de investigación y desarrollo.
Al pasear por Hipatia, compruebo que nuestro capital humano en ciencia y tecnología es muy amplio. Pero falta integrarlo en un verdadero ecosistema. Lo mismo ocurre con otras áreas del conocimiento y de la innovación social, cada vez más dinámicas, pero desintegradas.
Muchos se quejan de que la prensa solo divulga “noticias negativas”, pero no pasa un día sin que algún medio informe sobre jóvenes que crean métodos, artefactos y aplicaciones tecnológicas; grupos que se organizan para transformar precarios, mejorar el ambiente, impulsar la industria aeroespacial o extender un festival de poesía, y profesionales de altísimo nivel que pasan del mundo de los negocios al del cambio social o, mejor aún, combinan ambos.
No cesan de estimularme la diversidad de organizaciones no gubernamentales pequeñas, pero sólidas y bien manejadas, que, sin ruido público, generan bienestar en diversos grupos. La mayoría ha nacido y se nutre de profesionales menores de 40 con impecables credenciales, que, a la vez, hablan de igual a igual con sus cohortes en otros ámbitos.
Estamos ante una realidad de cambio positivo aún poco estudiada y que debe potenciarse más para que adquiera un carácter central.
Articular esfuerzos entre sus actores, como pretenden Hipatia y otras iniciativas menos formales, es un paso esencial. Pero faltan dos tareas mucho más complejas: convencer a esos jóvenes capaces, enérgicos y voluntariosos para que se involucren más en los asuntos públicos, y transformar nuestro entorno institucional –incluido el académico–, para que abandone la inercia y abrace el movimiento.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).