A mediados de 1995 tuve la suerte de presenciar, en la ciudad sudafricana de Johannesburgo, la inauguración del Tribunal de la Verdad, presidido por el reverendo Desmond Tutu, obispo de la Iglesia anglicana. Hacía apenas tres años había comenzado la liquidación del régimen del apartheid y las naciones de Sudáfrica aún andaban a la búsqueda del acomodo que les permitiera convivir dentro de un nuevo Estado laico, multirracial y democrático sin renunciar con ello a la triste memoria de un pasado ignominioso . Lo que más me impresionó de aquel acto fue el carácter profundamente espiritual que le imprimieron brillantes clérigos procedentes de distintas religiones: desde la judía, pasando por múltiples denominaciones cristianas incluidas las orientales, hasta variantes del Islam y sin que fuera omitido el animismo africano, todas las vertientes de la fe estaban ahí representadas.
No recuerdo todos sus nombres, pero dudo que hubiera una sola sensibilidad religiosa que se sintiera ofendida por aquella coincidencia ecuménica en la condena, sin afán de venganza, de una barbarie cuyas heridas el Presidente Mandela luchaba por restañar. Tengo la certeza de que se trataba de grandes líderes espirituales tras quienes cualquier ser humano podría marchar sin sentirse avergonzado.
No pude dejar de pensar en ello cuando supe que en mi país se había convocado a una marcha multiconfesional -al parecer restringida al ámbito de la cristiandad occidental- con el fin de expresar los puntos de vista de varios grupos de compatriotas con respecto a temas que, dependiendo del pensamiento de cada cual, pudieran ser planteados desde la perspectiva religiosa. Sin compartir necesariamente las razones que originaron esa iniciativa de unidad por encima de diferencias muchas veces rayanas en la hostilidad mutua, me pareció un hecho saludable. No obstante, al tratar de identificar los liderazgos de la marcha que menciono, algo me impidió encontrar los destellos de grandeza que creí ver en aquellos clérigos de Johannesburgo. Sobre todo, observé que en nuestro caso el liderazgo parece haber recaído en un pastor protestante más bien tosco, que no solo parece capaz de confundir a Lutero con un artesano alemán fabricante de violines, sino que además ha convertido nuestro parlamento en un zoco marroquí jurídico y creyencero. Y como la mayoría de los manifestantes vendrían a ser católicos, tuve que pasar por la pena de preguntarme por qué la grey católica de Costa Rica, después del trauma que significó su triste padreminorización temporal, tiene ahora que justorozquizarse en las calles de San José.
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