Estos son días de oración y de inquietudes que perturban nuestro espíritu. Así es para el cristianismo e igualmente para el judaísmo.
La Semana Santa y el Pésaj son festividades inmersas en la historia de la Pascua en el antiguo Israel. Los cristianos conmemoran la vida, la pasión y la resurrección de Jesús; los judíos, la salida milagrosa de nuestros hermanos de Egipto para dirigirse hacia su tierra ancestral.
Los lazos del judaísmo con el entonces naciente cristianismo se remontan a un distante Pésaj en el Israel histórico. Sojuzgada por las huestes romanas y un tumultuoso trasfondo social, la antigua Jerusalén se iluminó con las plegarias del Pésaj y el mensaje de un joven rabino y pastor que anunciaba el arribo inminente del Mesías redentor. Y pensar que este monumental y dramático relato corresponde tan solo a unos pocos días de la Pascua en Tierra Santa.
Pésaj es, ante todo, la fiesta de la libertad. Conmemora la partida del pueblo judío de Egipto, en donde se hallaba sometido a la esclavitud. Moisés fue el líder a quien el Señor inspiró y guió para emprender una inimaginable travesía por el desierto hasta la Tierra Santa. De ahí procedían los centenares de miles de judíos que, conforme a los textos religiosos, retornaban a su hogar ancestral.
Sacudirse las cadenas de los faraones fue una hazaña épica descrita con claridad en la Biblia. La narración llena páginas colmadas no solo de la sucesión de eventos sino también de la construcción de una entidad nacional que requería jueces y leyes, además de normas para infinidad de actividades.
Sin duda, la fe nos ilumina a cristianos y judíos en estas fechas. Mas no podemos evitar que la dimensión mística se estremezca ante el acoso de violentos conflictos por todo el planeta. Así sucede hoy en Yemen, Irak y otras naciones de Levante. Y aquí, en Latinoamérica, donde sufrimos los excesos de cruentas dictaduras, de la angustiosa ausencia de la educación que es imprescindible para dotar de una mejor vida a las juventudes, y también del desenfreno del crimen y el hambre.
No obstante, frente a estas difíciles barreras, nuestra fe también genera la esperanza que todos compartimos por superarlas y forjar, así, un mundo mejor.