El Partido Liberación Nacional pide la renuncia del ministro de Hacienda, Helio Fallas, y le exige dedicarse al cargo ceremonial de vicepresidente de la República. No se vislumbra el motivo y nada conduce a creer en una mejora de la gestión, si se reemplaza al ministro.
Fallas es un funcionario probo y, si bien ejecuta una inconveniente política de expansión del gasto, no lo hace de manera inconsulta. Refleja las convicciones del Gobierno, como lo haría su sucesor. El debate es legítimo y la posición de cada cual no lo descalifica para la función pública.
La preocupación fiscal de los liberacionistas se funda en razones sólidas, no así la petición de renuncia. Los proponentes lo saben y serían los primeros sorprendidos, si el Ejecutivo accediera a su solicitud. Nadie espera, en realidad, la dimisión. La exigencia no pasa de ser un gesto político, pero conviene preguntarse por su conveniencia.
El ademán envenena el debate en torno al presupuesto nacional. También lo personaliza y distrae. Invita a discutir sobre la aptitud del ministro, no la política del Gobierno. Los liberacionistas abandonan un terreno donde las realidades económicas les conceden razón para incursionar en otro, donde aparecen como simples procuradores de puntaje político.
La Asamblea Legislativa está a tiempo de moderar el tono para impedir que la estridencia ahogue a la razón. Los liberacionistas no están solos en el exceso retórico. El Gobierno y sus aliados también se muestran rápidos con el verbo destemplado. El argumento ad hominem parece estar siempre en la punta de la lengua. Así se explica, por ejemplo, la bufonada de calificar a Ottón Solís como “neoliberal”.
La invitación es a discutir sobre Ottón Solís, no sobre sus planteamientos. En la otra acera, el tema es Helio Fallas, no sus propuestas. El debate dejó de tener por objeto el presupuesto, pero eso es lo trascendental, no importa cuánta pirotecnia verbal se despliegue en su entorno. Habrá presupuesto, mejor o peor, y habrá consecuencias. Conviene, por eso, entrarle a la discusión en serio.
La gestión hacendaria no se reduce al diseño del plan de gastos de un año determinado. Si el Ejecutivo yerra en el 2015 y el Congreso no logra rectificar el error, es importante preservar el espacio requerido para ponderar otras iniciativas, más prometedoras, del Ministerio de Hacienda, como la prometida Ley Marco de Exoneraciones o el proyecto destinado a poner orden en el empleo público, dos temas de medular importancia para el erario.
El Ejecutivo y el Congreso están a tiempo de reconocer que las soluciones están en el debate, no en el espectáculo, y en las razones, no en la estridencia.