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Cualquier acto público de violencia criminal genera impacto inmediato. Sus víctimas sufren, la Policía interviene, la gente se alarma, los medios ordeñan el caso, el gobierno promete acción y protección y los demagogos predican “soluciones” que no lo son. Todos estos factores se exacerban cuando la línea narrativa de los hechos involucra personajes siniestros, niños inocentes, brutalidad ostentosa, vehículos de lujo, ráfagas de ametralladora, descuidos estatales y, como escena, una institución de enseñanza.








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