No en balde el asesinato de Elías Akl y su guardaespaldas Ángel Blanco, en Guachipelín de Escazú, ha conmocionado al país. Si no lo hiciera, sería alarmante: una señal de que los ajustes de cuentas pandilleros han pasado a ser parte de la vida cotidiana.
Para impedir que esto último ocurra, y responder a la ciudadanía, las autoridades tienen ante sí dos grandes tareas. La inmediata es restablecer cierta tranquilidad y confianza en su capacidad, para lo cual, al menos, deben dar señales de determinación y reacción eficaz. Pero si se quedan aquí, enfatizan lo simbólico sobre lo real (una tentación recurrente), lo reactivo sobre lo proactivo, y los reclamos a otros (sean jueces o fiscales) sobre la cooperación frente al desafío, muy pronto los gestos perderán sentido y se volverán en su contra. Por esto se impone, con igual urgencia, la segunda tarea, que tiene un solo nombre: estrategia.
Si la inseguridad no se aborda desde una visión integral, que contemple prevención, inteligencia informativa, investigación profesional, minería de datos, coordinación, seguimiento, buenos controles, competencia profesional, cooperación internacional, represión oportuna, involucramiento ciudadano y aplicación sistemática de la ley, será muy difícil revertir la curva delictiva que ha comenzado a ascender.
Hasta ahora, en las versiones oficiales, el abordaje estratégico no ha mostrado su cara con claridad; en las de algunos políticos cazavotos, tampoco, y no se nota un interés periodístico por ahondar en él. Seguimos en modo reactivo; en los disparos aleatorios, no en los grandes planes de batalla.
Es necesario volver a los planes de largo aliento, pensar con claridad, actuar con precisión y cruzar los dedos para que todo funcione.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).