Mirar sin ver. Nos sucede con frecuencia que pasamos a la par de algún amigo y no lo determinamos, tropieza uno con un mueble que siempre estuvo ahí o frenamos de improviso, pues no nos fijamos en el otro que venía a toda velocidad. Y es que mirar y ver son cosas distintas. Para que una cosa o persona entre en la mirada es cuestión de voltear la cara en esa dirección; para verlo, necesitamos otra cosa: enfocarlo, prestarle atención, decodificarlo, separarlo del resto para precisar su singularidad. ¿Puede verse algo sin mirar? Dicen que hay personas privadas de la vista que ven los cuerpos y las almas con más nitidez que el resto de los mortales.
Si en la vida cotidiana mirar sin ver puede llegar a tener consecuencias importantes, imagínense cuando una sociedad hace lo mismo con el mundo que la rodea. Resulta que ese mundo está cambiando a tremenda velocidad y están surgiendo nuevos y complejos desafíos que retan nuestra capacidad de sobrevivencia: el calentamiento global, el envejecimiento de la población, la urbanización descontrolada o la creciente desigualdad social en democracia. Y ¿de qué discuten muchos? Siguen aferrados al dilema de si más mercado o más Estado: que si 25% de más mercado es mejor, o 50% más de Estado; sobre cuál es el bueno o el malo de la película y a quién hay que tenerle fe.
Estas discusiones de pizarrón siguen siendo tributarias de dos grandes pensadores, uno fallecido hace más de dos siglos (Adam Smith) y otro, hace más de uno (Karl Marx), y de sus seguidores. Son parte de la historia universal del pensamiento, pero no guías para una época muy distinta. Lo peor es cuando se trasladan los simplismos al análisis de la política y se reduce todo a una mera suma y resta: ¿ganó el Partido Republicano en Estados Unidos? (Uno a cero para la derecha), ¿ganó el Frente Amplio en Uruguay? (Uno a uno). Y así se la llevan.
El mundo cambió, aunque no quieran verlo. Las claves para enfrentar los desafíos de nuestro tiempo son otras: la innovación y la sostenibilidad. Innovación, para poner nuevos productos y servicios al alcance de toda la población; sostenibilidad, para garantizar a las futuras generaciones un planeta vivible. En este siglo necesitaremos depender de otras fuentes de energía, de organización social y de gobierno. Para lograrlo, son indispensables los Estados y los mercados, pero probablemente ambos requieran profundas reformas: ni sirve el Estado esclerótico, ni el mercado irracional y desregulado. Más interesante: la innovación y la sostenibilidad necesitan una vibrante participación ciudadana en la formulación y evaluación de las respuestas. A los capitanes de la política y de la industria no se les puede dejar solos. Ver y mirar.