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Hace poco más de diez años, Estados Unidos invadió Irak. Parece ayer y fue hace tanto. Su justificación fue la erradicación de las armas de destrucción masiva en manos del dictador Saddam Hussein, un aliado devenido en enemigo, y la instauración de la democracia en ese país. La sustancia real, sin embargo, era de naturaleza geopolítica. Estados Unidos quería controlar el corazón del Medio Oriente y, con ello, la producción petrolera de uno de los principales productores mundiales. Además, quería debilitar a Irán, vecino de Irak y gran enemigo estadounidense, aislándolo primero y usando a Irak para desestabilizarlo.








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