Hace poco más de diez años, Estados Unidos invadió Irak. Parece ayer y fue hace tanto. Su justificación fue la erradicación de las armas de destrucción masiva en manos del dictador Saddam Hussein, un aliado devenido en enemigo, y la instauración de la democracia en ese país. La sustancia real, sin embargo, era de naturaleza geopolítica. Estados Unidos quería controlar el corazón del Medio Oriente y, con ello, la producción petrolera de uno de los principales productores mundiales. Además, quería debilitar a Irán, vecino de Irak y gran enemigo estadounidense, aislándolo primero y usando a Irak para desestabilizarlo.
Diez años después, ni armas de destrucción masiva ni democracia, ni control estadounidense del Medio Oriente. Lo de las armas fue una mentira fabricada por los entonces gobernantes de Estados Unidos e Inglaterra. Eso fue, sin embargo, la parte fácil de despejar. Más complicada resultó la construcción, vía exprés, de un sistema democrático en ese país. Los EE. UU. supusieron que en toda dictadura siempre hay una pugna entre fuerzas democráticas y fuerzas que apoyan al régimen. Estas últimas se dividen, a su vez, en moderados y “duros”. Entonces, para implantar la democracia hay que apoyar a los demócratas y lograr que los moderados se alejen de los duros. Si eso se logra, entonces, según esta teoría, la realización de elecciones permite que una alianza entre moderados y demócratas conformen el nuevo Gobierno democrático. Luego de algunos “zafis”, este Gobierno se consolida y end of the story .
La realidad se fue por otro lado. La teoría de los moderados y demócratas resultó pura especulación. Como dijo una publicación inglesa días atrás: en Irak, EE. UU. aún hoy anda en busca de moderados. El país no pudo constituir un Gobierno funcional ni un sistema político que cobijara su diversidad religiosa y étnica. Aunque la gran potencia pudo derrotar a la insurgencia suní en el 2008, pocos años después se ha desatado un nuevo conflicto militar. Hoy, Irak se desangra en una cruenta guerra: yihadistas que aspiran a crear un califato teócrata han desatado una ofensiva y han conquistado importantes ciudades con el apoyo abierto, o solapado, de la minoría suní. El Gobierno iraquí ha pedido apoyo al de Irán, y el Gobierno estadounidense, malamente, ha tenido que volver a escalar su presencia militar.
Los sueños de transformación del Medio Oriente, la implantación militar de la modernidad y la democracia, yacen en ruinas. El objetivo geopolítico también, pues la posición estadounidense se ha debilitado notablemente. Empezar una guerra lo hace cualquiera y con cualquier justificación, como en Irak. Las pesadillas interminables que desata, las sufren millones.