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Lo bueno de la política es que todos tenemos opinión. Es nuestro derecho tenerla y vocearla a los cuatro vientos, con cuidado de no traspasar límites legales. Café en mano, disparamos sin más: “Dicen que...”; “Me contó un primo...”; “Fulanito es un tal por cual”. Y no queda títere con cabeza: cuentos de candidatos, amores y odios. Es el moledero del rumor y los ciudadanos empujamos todos los días esos molinos, sin pretensión de hacer ciencia. Es parte de las reglas de la democracia. Los dichos pueden ser más o menos refinados, pero a quien no le guste, que compre perro. Varguitas pertenece al club de estos opinadores.








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