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En toda campaña electoral se manosea la ilusión. La teatralidad, en el sentido de “hacer creer”, es inevitable para persuadir a una gran cantidad de personas que no conocen al candidato de que, en efecto, es la persona indicada para tomar las riendas de un país. Y que los demás, no, que son fatales. Reducidas a los huesos, las campañas siempre crean antagonismos entre bueno/malo, esperanza/desánimo, tranquilidad/miedo. El Jesús de los cristianos dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida...”. En términos mundanos, todo candidato dice cosas con sentido similar: “Yo soy quien os llevará a la tierra prometida”. Un Moisés, de algún modo.








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