Quizá sea precipitado emitir juicio, pero las últimas disposiciones gubernamentales para aliviar el congestionamiento de tránsito en San José no parecen destinadas al éxito. La experiencia de los últimos días da lugar al escepticismo. La restricción vehicular, practicada desde hace años con mayor o menor control, tampoco ha probado su suficiencia.
El congestionamiento en la capital viene ganando intensidad como problema político. La frustración equivale al enojo de antaño por los baches en la red vial. No han desaparecido del todo, pero en algún momento fueron motivo de comentario obligado en cualquier sitio de reunión y también en los medios de comunicación.
Los huecos figuraban entre las promesas de los candidatos a ejercer la función pública y azuzaban los ánimos contra el gobierno de turno. Se les exhibía como prueba de mala administración y daban pie a incontables chistes, siempre con un sustrato de indignación y agravio.
El congestionamiento vial no ha dado pie a expresiones humorísticas similares. Todavía no surge el chiste emblemático de la época, como la recomendación de no rellenar los baches porque para contar con superficies uniformes era más fácil limarles los bordes. Es difícil saber si el humor ha tardado en entronizarse porque no ha pasado suficiente tiempo o, simplemente, por falta de ánimo. Los tiempos cambian y, tal vez, con ellos, cambien los mecanismos de escape.
Ojalá nos queden reservas de humor, pero no conviene probar los límites. No hay soluciones mágicas y es preciso recurrir a varias. Por eso resulta inaceptable el contraste entre los limitados esfuerzos del gobierno y su indiferencia frente a medidas obvias, estudiadas desde hace años y probadas en algunas regiones.
La sectorización del transporte público evitaría el ingreso de cientos de autobuses a la capital. El gobierno ha invertido millones en estudios y planes. En Coronado, una empresa aplica voluntariamente el sistema. Opera diez ramales entre el centro del cantón y zonas aledañas. Luego, consolida a los pasajeros en una sola terminal y los transporta hasta San José. Para hacerlo, utiliza 27 autobuses, pero si empleara el sistema tradicional, necesitaría más de cien.
Ese efecto, multiplicado por la cantidad de líneas existentes, sería significativo, pero toca intereses del sector de transportes y el gobierno prefiere intentar otras salidas, como el reacomodo de horarios, antes de enfrentar a los empresarios, cuya influencia está de sobra demostrada.