Nos parecía imposible que la propaganda pudiese atraer a la sociedad estadounidense hacia un bufón fascistizante, pero no tardaron tanto las encuestas en enfrentarnos a la posibilidad de que Donald Trump llegue a ejercer el liderazgo de la entidad política, económica y militar más importante del planeta.
Nos vimos, entonces, obligados a preguntarnos a qué se debe el éxito de una formulación política potencialmente monstruosa y, dado que muchos de los comentarios aparecidos en los medios tienen más de entretenimiento que de explicación, decidimos consultar a un amigo profesor.
Este, aun cuando prefiere permanecer en el anonimato, opinó que “el rasgo distintivo de Trump es su insolencia, una virtud que, como lo demostró Hitler en su momento, después de cierto límite deja de atemorizar a las sociedades y más bien comienza a hipnotizarlas”.
Agregó el educador que “si bien la idea de lo políticamente correcto nació en EE. UU., eso no significa que haya enraizado profundamente, y al parecer aquella nación añora un dirigente capaz de conducirla al abismo: curiosamente, la prensa disimula la presencia de milicias supremacistas blancas en los ralis de Trump, algo que debería suscitar el recuerdo de las camisas pardas del nazismo”.
El panorama podría ser aún más apocalíptico puesto que en todo el mundo parece estarse extendiendo una avasalladora epidemia de insolencia política. Pero de Trump puede decirse que ofrece la ventaja de no emplear un doble discurso: dice con claridad tanto lo que piensa como lo que pretende hacer.
En su caso, la transparencia convive naturalmente con las amenazas y, si finalmente llegara a la Casa Blanca, nadie en Estados Unidos podría declararse víctima de un engaño.
En términos de transparencia, Obama –primer presidente en funciones de Estados Unidos que cruza el círculo polar ártico– se queda a la zaga del precandidato Trump cuando, en medio de los ásperos y frígidos paisajes de Alaska, declama una serie de edulcorados poemas llenos de metáforas ambientalistas y, casi simultáneamente, autoriza a una poderosa compañía petrolera para que emprenda, en el ahora casi descongelado Ártico, perforaciones que solo podrían calificarse de agresivas para la naturaleza que pretende proteger. Está visto: existen políticos imitadores de esos atletas profesionales cuyas identificaciones deportivas quedan sumergidas debajo de los logotipos comerciales de sus patrocinadores.
(*) Fernando Durán es doctor en Química por la Universidad de Lovaina. Realizó otros estudios en Holanda en la Universidad de Lovaina, Bélgica y Harvard. En Costa Rica se dedicó a trabajar en la política académica y llegó a ocupar el cargo de rector en 1981.