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Diálogo de sordos

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La semana anterior, impresionantes multitudes se manifestaron en grandes ciudades, principalmente del hemisferio norte, para –según cierta ligereza informativa– “protestar contra el cambio climático”. Solo el irrespeto a la propia inteligencia podría llevar a afirmar que más de medio millón de neoyorquinos marcharon bajo una consigna tan poco cuerda: protestaban, no contra el cambio climático –que habría sido como hacerlo contra el diámetro de los paraguas italianos–, sino contra la falta de acción de los dirigentes de los Gobiernos y de la economía frente a las amenazas que, para el futuro de la humanidad, representan las modificaciones antropogénicas del clima. La absurda formulación mediática de los motivos de las protestas hacía juego con la tozudez –por lo demás, perfectamente explicable– de quienes practican con respecto al problema de fondo un negacionismo a ultranza.








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