Como alcalde de Davao, en Filipinas, Rodrigo Duterte planteó una clara ruta contra los delincuentes: “Mátenlos a todos”. En Austria, Norbert Hofer anda armado por “temor a los refugiados”, propone salir de la Unión Europea y excluir a los extranjeros de la seguridad social. Hace años, el congresista Jair Bolsonaro dijo que la dictadura brasileña debió haber eliminado al expresidente Fernando Henrique Cardoso; hace pocas semanas, elogió a los torturadores de Dilma Rousseff.
Duterte, “el castigador”, ganó la presidencia filipina, Hofer casi obtuvo la austríaca y Bolsonaro está en cuarto lugar entre los posibles candidatos brasileños. De Donald Trump ya sabemos suficiente.
Pero hay más: con su mensaje populista y ultranacionalista, es casi seguro que Marine Le Penn llegue a la segunda ronda de las presidenciales francesas en el 2017. Desde que ganó las elecciones en octubre pasado, el partido Ley y Justicia ha hecho retroceder peligrosamente la democracia polaca. En junio, el Partido del Pueblo, antiinmigrante, fue el segundo más votado en Dinamarca, y otros similares integran coaliciones gobernantes en Finlandia y Noruega.
Por la izquierda, Podemos ha descalabrado el sistema de partidos en España, aunque también ha emergido el reformismo liberal de Ciudadanos. Y en Grecia, Syriza, con año y medio en el poder, luce impotente para frenar el caos.
La gran pregunta no es por qué hay tantos candidatos provocadores, demagogos, populistas y extremistas. Simpre han existido. El problema es distinto: por qué tantos votantes, en democracias diversas, los prefieren. La variable crítica no se llama ideología: difícilmente tantos cambian de ideas en tan poco tiempo. Tiene otros nombres: enojo, frustración, resentimiento, desencanto, desconfianza, prejuicios, desconcierto o miedo, sea por los inmigrantes, la recesión, la delincuencia, la corrupción, el cambio veloz o la incertidumbre.
La raíz común son las emociones e identidades como detonantes de conductas políticas, y el simplismo espectacular y visceral como método para movilizarlas.
Ningún país está totalmente a salvo de la epidemia. Es hora de que en Costa Rica, al menos, empecemos a identificar los especímenes tóxicos, revisar nuestras defensas y fortalecer el sistema inmunológico.
Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).