“Ottón Solís no es el PAC… el partido es mucho más grande que Ottón”, dijo el expresidente de la Asamblea Legislativa y precandidato presidencial Juan Carlos Mendoza hace un par de años, cuando la fallida alianza opositora y otras decisiones de la cúpula enajenaron al líder histórico y fundador de la agrupación.
Las encuestas contradicen la afirmación. En la actualidad y sin siquiera entrar en liza, Solís es, cuando menos, tan grande como el partido. El 9% de los consultados confiesa simpatías por el PAC y el mismo porcentaje votaría por él si Dios llegara a hablarle y lo convenciera de postularse.
Todos los intentos de Solís por alcanzar la primera magistratura lo muestran más grande que el partido, mucho más pequeño hoy, en razón de sus errores. Ahora que decidió abstenerse de participar, aparece en las encuestas exactamente del mismo tamaño que la agrupación, ni un ápice menos.
Los precandidatos, todos chiquititos, expresan un nuevo y súbito aprecio por su figura. Pretenden sacarlo del lugar donde lo ubicaron, detrás del mecate, pero no renuncian a las torpezas causantes del distanciamiento. La salvedad es Epsy Campbell, no contaminada por las maniobras fallidas de la dirigencia actual y más sincera en el propósito de reconciliación.
Quizá por eso alcanza el 5% de las preferencias electorales, cifra modesta pero suficiente para superar a sus rivales que, en conjunto, apenas logran revolotear en torno al margen de error.
Para que Solís luzca más pequeño, hay que verlo desde adentro, a la luz del curioso sectarismo que parió la expresión “gente PAC”. El 26% de los votantes inclinados a participar en la convención interna respaldaría a Solís, el 23% prefiere a Campbell y los otros tres precandidatos se reparten un par de puntos porcentuales.
El partido es más grande que la tendencia de Solís, pero eso no debe llevar a confusiones. Es como tomar el catalejo por el extremo equivocado para ver a los objetos más pequeños y distantes. En eso se especializó la dirigencia del PAC cuando el líder histórico emprendió la senda del distanciamiento.
Desde adentro, se vieron grandes, capaces de cambiar el curso de la agrupación y modificar sus postulados. Instalaron el mecate y se sentaron en lo alto, desde donde Solís les pareció pequeño, mucho más que el partido cuyas instancias de decisión controlaban. Una y otra vez lo derrotaron. Comités y asambleas le dieron la espalda y la nueva dirigencia no lo pensó dos veces antes de atacarlo en público.
Todo fue una ilusión. Próxima la contienda electoral, las dimensiones de Solís se ven claras, sin necesidad de catalejos. En otros casos, es imprescindible el microscopio.