En un artículo publicado el miércoles, en esta sección, el canciller Manuel González aclara la posición de Costa Rica sobre los acontecimientos en Venezuela. Si bien el diplomático destaca la propuesta de nuestro país para que la nación sudamericana considere “el acompañamiento de una Misión de Observación Electoral de la OEA” en los comicios de setiembre próximo, las reflexiones previas rechazan la falsa identidad entre votaciones y democracia.
Para acreditar la existencia de un régimen democrático, es preciso ver mucho más allá de las urnas. No basta, siquiera, la pulcritud de los procesos electorales. La democracia no es dictadura de las mayorías y, por el contrario, solo existe donde las minorías reciben protección frente a ellas.
El entendimiento general en torno a lo que es y no es democracia –dice el canciller– se resume en la Carta Democrática Interamericana (CDI): “El respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales; el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al Estado de derecho, la celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo; el régimen plural de partidos y organizaciones políticas; y la separación e independencia de los poderes públicos”, sin descontar “la responsabilidad de los gobiernos en la gestión pública, el respeto por los derechos sociales y la libertad de expresión y de prensa”.
Los procesos electorales son uno de tantos componentes del gobierno democrático. El claro entendimiento del canciller refleja con fidelidad los valores defendidos por Costa Rica en el concierto de las naciones. Por eso complace, también, la disposición del ministro a “encender las luces largas de la política exterior” cuando sea preciso pasar “de la gestión de intereses a la defensa de valores”. Quienes le asistan en la tarea deben comulgar con tan altos principios.
No parece compatible con la política exterior así delineada la defensa de los poderes extraordinarios concedidos hoy al presidente Maduro y ayer a su antecesor, con una u otra excusa. Tampoco el elogio a la libertad de prensa en Venezuela, donde la persecución a medios y periodistas independientes es un fenómeno cotidiano. Mucho menos encaja con los valores expuestos por el canciller el llamado a constituir el partido único de la revolución bolivariana, cuya preocupación por la pureza electoral, dicho sea de paso, es también cuestionable.