Pudiendo repetir lindas costumbres internacionales, en Costa Rica tendemos a importar las malas prácticas. Mientras existen celebraciones tan bellas y representativas como el Día de Acción de Gracias, adoptamos una práctica consumista como el Viernes Negro.
El Día de Acción de Gracias es una hermosa celebración, cuyo origen y objetivo era reunir a familiares y amigos para dar las gracias por una buena cosecha, en un Estados Unidos rural. Esa era una excelente razón para celebrar. En tiempos modernos, lo es para recordar y agradecer con la familia y seres queridos lo bueno que el año ha deparado.
El comercio ha aprovechado esta bella celebración y largo fin de semana para tentar mediante atractivas rebajas a los consumidores, en una economía cuyo nervio y motor justamente es el consumismo: 70% del PIB. Pero ¿es esta la cultura que queremos emular?
Tres reflexiones quisiera compartir en esta columna. Una regla de vida que debe tenerse siempre presente: “Las personas no valen por lo que gastan, sino por lo que ahorran”. Y viendo las estadísticas nacionales, un problema es que una gran mayoría de los costarricenses no ahorra, y los que lo hacen, lo hacen de manera insuficiente. ¿Qué hacer ante una emergencia? O, peor aún, ¿cuál es la calidad de vida que tendrán nuestros adultos mayores?
La segunda tiene que ver con lo que aprendí en el segundo cumpleaños de mi nieta Isabella, hoy de seis años. En ese momento, el regalo y compañero de muchos juegos no fue el más caro o llamativo, sino la caja en la que venía uno de ellos. En lugar de inundar a nuestros niños con cosas materiales, dediquémosles tiempo, ese es el regalo más preciado.
Gracias a nuestro expresidente don Luis Alberto Monge, los trabajadores contamos con un beneficio: el aguinaldo o decimotercer mes. Concebido como una ayuda para los gastos inherentes a las fiestas, puede también convertirse en un importante aliado en la famosa cuesta de enero o para los gastos del reingreso a clases.
He sido una persona privilegiada, provengo de una familia de inmigrantes que llegaron a Costa Rica sin patrimonio, pero con grandes sueños e ilusiones, y que a punta de trabajo, esfuerzo y ahorro nos legaron regalos muy preciados: su lucha, sabios consejos y su ejemplar estilo de vida.
Vale recordar que el verdadero espíritu de las fiestas, independientemente del credo de cada familia, es el amor, el más valioso de los tesoros, y, como tal, invaluable.