La condena de una madre a 15 años de prisión por tolerar agresiones contra su hijita duele por todos los costados. En primer término, duele por la frágil víctima, de apenas 14 meses. Tenía derecho a encontrar paz y hasta felicidad en presencia de su madre. Nunca debió temer en las cercanías del cobarde que le eligieron como padrastro, pero estuvo a punto de perder la vida en sus manos, bajo la mirada, no sabemos si aterrorizada o indolente, de quien la trajo al mundo.
Ahí es, también, donde más le duele a la ley, formulación objetiva de los valores imperantes en la sociedad. Por eso el Tribunal Penal de Goicoechea dictó tan severo castigo por tentativa de homicidio. Semanas antes, el padrastro había sido condenado a 20 años de prisión.
Pero no deja de doler la sentencia impuesta a la joven madre. Apenas tiene 26 años y desde la perspectiva de edades más serias es también una chiquilla. El pelo recogido en una trenza negra, los blue jeans y la blusita blanca hablan de su juventud. Las manos esposadas hacia atrás y la escolta policial pregonan su crimen en abierta contradicción con el resto de la escena.
Es difícil creer que ella misma no fuera víctima de la violencia. Su inacción frente a las agresiones sufridas por la niña no tiene justificación, pero quizá pueda ser explicada por el persistente flagelo de la violencia ejercida por hombres –si se les puede llamar así– contra sus parejas. Ese fue el alegato de la defensa.
Pero hay una complicidad más amplia en la violencia doméstica. Por lo general, las agresiones son percibidas por el vecindario, la familia extendida y los amigos. La pequeña víctima de este triste caso era un letrero luminoso en procura de atención. Había señas de golpes en la frente y espalda, anemia y sangrado. A la niña le faltaba una uña en el pie. Mucho y muy alto debió haber llorado. Nadie planteó una denuncia mientras la pareja evitó acudir en procura de atención médica. Cuando se presentaron en un hospital, la pequeña tenía un 5% de probabilidades de sobrevivir. Solo entonces comenzó a moverse la investigación y el rescate de la niña, hoy recuperada y en manos de familiares.
“Cuando un niño está en riesgo, existe una obligación legal de la madre de evitarle el sufrimiento”, dijo la jueza Yorleny Campos para explicar la sentencia. Esa obligación es de todos. No es solo legal, sino también moral y va más allá de la protección de los niños. Ninguna forma de violencia doméstica debe sernos indiferente porque todas conducen a la tragedia.