Las tensiones en Cataluña han venido escalando. Como catalán, me preocupa el rumbo hacia donde se dirige, no solo la región, sino toda España.
El conflicto tiene muchas aristas que complican su análisis. No se trata simplemente de que los catalanes no quieren ser solidarios con las regiones menos prósperas de España. Los catalanes desconfían del manejo de los recursos que hacen desde Madrid. Critican la corrupción, el exceso de burocracia, las decisiones de inversión en infraestructura con criterio político y no técnico, entre otras. Aunque también hay que recordar que el gobierno catalán ha tenido sus malos manejos y escándalos de corrupción.
A eso se le ha sumado el pleito de egos entre políticos. Puigdemont, y antes Mas, han tensado la cuerda, amenazando con la independencia. Rajoy, por su parte, se ha encerrado en su discurso de la “legalidad y la Constitución”, sin escuchar las voces reales de descontento que emanan de Cataluña. Ambas partes han dejado poco espacio para la negociación.
Con el tiempo, la cantidad de catalanes que antes pedían una mayor autonomía para su gobierno, pero que ahora quieren la independencia total, ha ido en aumento. A eso se le suman aquellos que, sin estar de acuerdo con la independencia, reclaman la oportunidad de poder decidir su propio destino mediante la votación en un referéndum.
Ahora la discusión se torna en una sobreinstitucionalidad, democracia y libertad. Por eso la solución no puede ser únicamente de imponer la legislación actual. Claramente esta tiene imperfecciones que deben corregirse. Una parte del pueblo español está disconforme con el arreglo actual.
La alternativa del rompimiento no es buena para ninguna de las dos partes. En términos económicos, a corto plazo, ambos pierden. En momentos en que la globalización nos lleva a cada vez más apertura hacia el resto del mundo, la creación de nuevas fronteras físicas no tiene mucho sentido.
Los catalanes apuestan por que que sus gobernantes serán mejores administradores de los impuestos, y escucharán más la voluntad del pueblo, que el actual gobierno español. Aunque, en la realidad, eso nadie lo puede garantizar.
Por el bien de ambos, yo espero que los políticos, tanto catalanes como españoles, tengan lo que en Cataluña denominan seny, para sentarse a dialogar y buscar lo mejor para todos.